Ramatís

se perpetúan y sólo dejan de existir, cuando las vigorosas inte-

ligencias superiores, intervienen con la fuerza de su poder men-

tal, para modificarlas o disolverlas, por ser conveniente al medio 

ocon finalidad educativa. Cuando se realiza lo manifestado, las

especies destruidas no quedan amontonadas, ni entorpecen los 

caminos, como sucede en el mundo terráqueo, se deshacen en la 

atmósfera astral, que actúa a través de su extraordinario mag-

netismo. Para  nuestra visión astral, esa atmósfera es de una 

tonalidad dorada y clara, sobre un fondo blanquecino, a ve-

ces, entremezclados con suaves matices de colores desconocidos 

para los seres de la Tierra. Cuando la atmósfera baña las cosas 

y los seres, produce un bellísimo efecto de iluminación.

Aunque reconozco la dificultad que tenéis para compren-

derme, quiero dejar bien claro, que la vida aquí, en este plano, 

es singularmente más tangible o real, con respecto a la materia 

terrestre, debido a la indestructible cualidad de la sustancia as-

tral, que la hace más plástica, móvil y sutil. El fenómeno, no 

es por causa de la intimidad de la materia, sino, porque está 

sujeta a nuestra influencia espiritual y sensibilidad agudizada, y 

esto hace reaccionar el ambiente, al menor centelleo de nuestro 

pensamiento.

A través del tiempo, nos vamos acostumbrando a dirigir 

nuestra mente y a disciplinar nuestra excesiva emotividad, pues 

el medio que nos rodea, se asemeja a una “pantalla” cinemato-

gráfica, que refleja toda nuestra actividad interior. Nuestro sis-

tema nervioso tiene tal transparencial sensibilidad, que a veces, 

creemos ser portadores de un maravilloso aparato cuyo poder 

milagroso nos relaciona íntimamente con las cosas más bellas, 

creadas por Dios. A los primeros días, nos espantamos, cuando 

verificamos el asombroso poder de nuestra voluntad al actuar 

sobre la materia astral, produciendo indescriptibles fenómenos, 

que se plasmaban ante nuestra visión exterior y sobre todo, 

aquello que suponíamos irreal.

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