Ramatís
su mancha del pecado, no valdría la pena intentar una virtud
tardía, sellada por credos religiosos, que de manera alguna con-
firman, que os salvarán después de la muerte física.
En la situación de desencarnados, es donde apreciamos per-
sonalmente los efectos dañinos de esas concepciones infantiles.
Seríamos culpables, si calláramos estas verdades. El concepto
actual de la vida humana, adquirido por el ciudadano electróni-
co del siglo XX, se vuelve un absurdo, si se dejara impresionar
por la carencia y la somera argumentación del “pecado origi-
nal”, sustentado por la figura esquizofrénica de Satanás, con sus
ridículos calderos de agua hirviendo.
La inteligencia terrena debiera comprender claramente que
es más lógico y sensato, pensar que la evolución del espíritu
a través de sus propias experiencias y actividades espirituales,
forma parte de un plan creado por Dios, antes de creer en ab-
surdos y ridículos privilegios, prometidos en la Tierra, por una
corte de hombres, aislados de la vida común.
Los abismos y charcos infernales que he visitado, son en
realidad, los caldos de cultura astral, en donde las almas enne-
grecidas, purgan y decantan las impurezas absorbidas a través
de la in-vigilancia de la vida terrena. Allí, ejercen su propia pro-
filaxia, para poder vestir, más tarde, la “túnica nupcial” de la
tradición evangélica, participar, también, del eterno banquete,
presidido por el Señor de los Mundos.
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