Ramatís
de que el panorama celestial es absolutamente distinto de lo
que atañe a la vida humana, o que pueda ser un lugar de exclu-
siva beatitud y ociosidad espiritual, crea indescriptibles desilu-
siones para las almas recién desencarnadas. Se asombran ante
las sublimes figuras, que sin pretensión de “santos” acuden en
ayuda de los espíritus infelices y atontados, que pululas en los
pantanos del astral inferior; se desilusionan al comprobar, que
en el Más Allá, se repite el servicio acostumbrado de la Tierra,
dudando aún, que los desencarnados deban luchar por su ince-
sante renovación espiritual. Bajo la demostración irrefutable de
la realidad, en el Más Allá de la sepultura, se terminan entonces,
todos los falsos razonamientos tomados de la enseñanza de los
lujosos templos de la Tierra, a través de la palabra elocuente de
los instructores religiosos, que se mantienen tan ignorantes del
destino de las almas, como sus propios fieles.
Pregunta: ¿Analizando vuestras consideraciones, se podría
pensar, que estáis censurando los postulados religiosos del Ca-
tolicismo y del Protestantismo, aunque hayáis afirmado, que
debemos acatar todas las experiencias ajenas; no es verdad?
Atanagildo: Evidentemente, el amor es el que debe predo-
minar por encima de toda discusión religiosa o crítica, por el
cual debemos sacrificar nuestros caprichos y vanidades, en lu-
gar de considerarnos supremos portadores de la “exclusiva ver-
dad” de nuestra creencia, para no herir al prójimo y amargarle
el corazón. Mientras tanto, el esclarecimiento sensato y liber-
tador, en el que el alma alcanza más pronto su propia ventura
espiritual, de modo alguno, debe considerarse como censura
religiosa. Además nosotros estamos de “este lado” y por eso, no
estamos censurando a quienes se sientan afectados, sino, que
demostramos la realidad de lo que sucede aquí y alertamos a la
humanidad terrena, sobre la mala interpretación que se tiene de
la llamada “vida después de la muerte”. Sin lugar a dudas, que
Krisna, Sócrates, Buda, Jesús y el mismo Allan Kardec, fueron
verdaderos revolucionarios religiosos, con el objeto de poder
acelerar el progreso espíritu de los hombres, sin que por eso,
se los considerase intolerantes y doctrinarios. Ellos, no exalta-
ron secta alguna, ni atacaban postulados religiosos, solamente
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