Ramatís
de sonidos, revelando a sus moradores nuevas combinaciones
de melodías y conjuntos sinfónicos tan excelsos, capaces de ex-
tasiar a los espíritus más rudos. Determinados aparatos, que
a falta de vocablo apropiado prefiero denominar aparatos de
proyección, que envuelven la atmósfera astral que circunda a
las islas con inexplicables reflejos musicales, para luego incidir
sobre los escenarios luminosos de las dos islas restantes, los
cuadros emotivos v las inspiraciones angélicas que se afinan con
los padrones melodiosos, ejecutados en ese momento.
En el seno de los bosques encantados, liberados de residuos
peligrosos, hav diseminadas innumerables fuentes de agua colo-
rida, las que se hallan entre hermosos árboles, y a su vez éstos
brotan en los prados de hierbas tan suaves que parecen hilos de
“nylon” luminoso. Esas fuentes se destacan por la combinación
de chorros de agua mezclados con luces y sonidos, producien-
do ciertas frases melodiosas en períodos determinados. Algunas
veces, la melodía nos recuerda la fuerza apasionada que sólo
puede ser transmitida por la armonía y sonoridad grave del vio-
loncello terreno; en otros momentos, la ansiedad y la ternura
espiritual que manifiestan se alcanza por las sensibles cuerdas
del violín. Hay momentos en que, por la disposición de algún
mecanismo interior, se sincroniza de tal modo el color, la luz, el
líquido y el sonido, produciéndose algunos trechos bulliciosos,
recordándome la expresión melodiosa de los órganos de las ca-
tedrales, en apresuradas músicas de ritmos breves y sincopados.
Pregunta: Suponiendo que nosotros pudiésemos contem-
plar la metrópoli del Gran Corazón usando una aeronave terres-
tre, ¿cuál sería, hipotéticamente, el panorama que vislumbraría-
mos desde lo alto?
Atanagildo: Cuando me sirvo de la facultad de volición para
ingresar en la atmósfera terrestre o para visitar otras comunida-
des astrales, la metrópoli surge ante mi visión, como si fuera un
precioso trabajo de joyería, tallado en un bloque diamantífero,
pues, las edificaciones parecen delicados adornos de cristal y
porcelana, envueltas en un azul celeste de suave luminosidad.
Entonces, me dejo llevar por la imaginación, describiendo a la
metrópoli, como si fuera un estuche diáfano, luminoso, como
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