Ramatís

la contingencia de encontrarme en los futuros ciclos reencarna-

torios de Anastasio, porque pagué el total de mi deuda con él. 

Pero eso no me priva de proseguir espiritualmente en su auxilio, 

pues mi actual conocimiento espiritual lo identifica como un 

hermano ignorante que necesita urgente socorro.

Anastasio no es más un adversario que me exige confron-

tación de derechos; pero de ahora en adelante será mi pupilo, el 

alma a la que debo proteger con sincera dedicación, ya sea en 

el Espacio o en las reencarnaciones futuras. El grado de enten-

dimiento o el júbilo indestructible que la bondad del Creador 

concedió a mi espíritu me inspira para que esa ventura mía la 

emplee en aliviar las angustias de otros necesitados, principal-

mente al hermano Anastasio es un objetivo de importancia al 

que me consagraré por largo tiempo, en la senda de mi propia 

evolución, hasta conseguir que se transforme en un amigo leal, 

afectuoso y bueno.

En verdad, esta norma de acción es un proceso común y 

extensivo a todos los espíritus bien intencionados, pues aquellos 

que progresan a través de nuevos ideales y propósitos superio-

res reconocen que su libertad definitiva de la cárcel de la carne 

ha de ser más breve si también se dedican a proteger a sus ver-

dugos del pasado. No se trata de sentimentalismos de almas pri-

vilegiadas entre la humanidad sideral; son apenas condiciones 

naturales y comprobadas por aquellos que ya os antecedieron 

en el viaje hacia aquí. ¡Cuántas víctimas de nuestra incuria del 

pasado se fatigan afanosamente, aun en estos momentos, con la 

finalidad de hacernos ingresar en los ambientes felices de Paz y 

Amor! En verdad, cambia el diapasón de nuestra ventura cuan-

do nos volvemos creadores de venturas ajenas. Esta es la exacta 

comprobación de las enseñanzas del divino Jesús, cuando acon-

sejaba que “se caminara una milla más a favor del adversario” o 

que después de “exigido el manto, se le diera también la túnica”.

Cuando eso ocurre con divina espontaneidad, sin manchas 

de vanidad o de intereses espiritual, es porque Dios fluye por 

nuestro intermedio, ya que reflejamos parte de su Amor Incon-

dicional.

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