La Vida Más Allá de la Sepultura 

brutalmente a las ilusiones de la vida material, yo me servía 

de él para usarlo como fiel segundo, que sabía cumplir a la 

perfección todas mis órdenes imprudentes y que materializaba 

fielmente toda mi voluntad egocéntrica. Las malezas y equivo-

caciones de Anastasio fueron en el pasado excelentes recursos 

de los cuales me servía para usos y fines deshonestos que perju-

dicaban al prójimo. En lugar de orientar a Anastasio para que 

adquiriese mejores estímulos hacia el Bien, no sólo le exalté los 

propios defectos, sino que aun alimenté la naturaleza insidiosa 

de su espíritu vengativo, sacando de él todo el provecho posible 

con el fin de solucionar mis problemas de riqueza, fama y pode-

río. Entonces se volvió mi servidor incondicional y colocó todo 

su bagaje inferior a mi disposición, así como el enfermo muestra 

al médico las llagas de su cuerpo. Es obvio que un médico no se 

aprovecha de las llagas del doliente para aumentar su renta. En 

tanto, yo procedí al contrario; mi inteligencia supo aliar a mis 

maquinaciones, muy hábilmente, las llagas morales de Anasta-

sio, en vez de curarlo, como me ordenaba el más simple de los 

deberes fraternos.

En consecuencia, la Ley Kármica me ligó a él a través de los 

siglos, pues si se mantenía falso, capcioso e ingrato para dar solu-

ciones a mis planes maquiavélicos, era muy justo que yo tuviera 

que sufrir las consecuencias de mi propia imprudencia, cuando 

la técnica sideral resolvió conducirlo hacia mí, refirmándose en-

tonces el viejo concepto evangélico: “lo que el hombre siembre, 

cosechará”. Si yo hubiera sublimado a esa alma aún informe, es 

lógico que lo hubiera tenido en esta última encarnación como un 

excelente compañero, afinado a mis ideales y también influido 

por mis nuevos sentimientos. En existencias anteriores fue mi 

muñeco fiel, que reproducía en el ambiente del mundo material el 

contenido equivocado que yo sustentaba y quería; últimamente, a 

pesar de mi mejoría espiritual y de haberme alejado grandemente 

de su campo vibratorio interior, se apostó junto a mí como un 

terrible barómetro que yo mismo confeccionara para medir la 

temperatura emotiva de mi corazón.

A causa de la gran disparidad espiritual que se suscitó en-

tre Anastasio y yo —pues realmente efectué hercúleos esfuerzos 

para elevarme por encima de mis propias miserias morales del 

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