La Vida Más Allá de la Sepultura 

ros días de desencarnación. Es una energía reconfortante, que 

a veces se asemeja a la brisa suave y otras veces se transforma 

en flujos energéticos, vivos, que reaniman y dan actividad al 

periespíritu. El hecho de haberme desligado rápidamente de los 

despojos cadavéricos —pues esa liberación depende fundamen-

talmente del estado moral del desencarnado— lo debo sobre 

todo a las oraciones que no cesaron de posarse afectuosamente 

en mi alma.

Pregunta: ¿Por qué motivo quedasteis súbitamente en un 

estado de angustia y arrepentimiento, en el momento que os 

pareció recibir un chorro de agua fría y que sólo fuisteis reani-

mado posteriormente por la incidencia de esos pétalos de luces 

coloridas?

Atanagildo: Sólo después de desencarnar es cuando real-

mente comprendemos el espíritu de advertencia constante que 

anunció Jesús en aquella frase inolvidable: que la criatura de-

berá pagar hasta la “última moneda”. En aquellos benditos mo-

mentos en los cuales se depositaba sobre mí el reconfortante 

maná traído por las oraciones en alas de aquellas chispas lumi-

nosas, alguien interceptaba el flujo de esas preces, perturbán-

dome la recepción del precioso alimento del alma. Sólo luego 

descubrí la razón de aquellos cortes vibratorios, repentinos, 

aunque de breve duración, que lograban angustiarme; ponién-

dome en situación de culpable por cosas que no sabía explicar. 

Indudablemente, arrojaban en contra de mí alguna carga noci-

va, de tal vibración negativa, que me recorría el cuerpo como 

un desapacible viento, completamente opuesto al efecto de las 

luces sedativas.

Se trataba de Anastasio, un infeliz delincuente al que yo ha-

bía conocido en la Tierra, en la última encarnación, el que se ligó 

a mí por los imperativos de la Ley Kármica, como consecuencia 

de los descuidos en que incurrí en el pasado. Era la cobranza 

justa de la “última moneda” que le debía. Aunque yo había reali-

zado los mayores esfuerzos para saldar mi deuda kármica con el 

planeta y reajustarme en la contabilidad divina y con casi todos 

mis acreedores de mayor importancia, Anastasio fue la criatura 

que continuó revoloteando a mi sombra, poniendo a prueba el 

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