Ramatís

Convengamos en que su nieto Atanagildo es portador de una 

mente muy vigorosa.

En el centelleo final de la conciencia en vigilia, logré com-

prenderlo todo: Crisóstomo era mi abuelo materno, a quien sólo 

había conocido en la infancia. Realmente, no había ningún mo-

tivo más para luchar o temer. Yo era un “muerto”, en el exacto 

sentido de la palabra, o con más propiedad, ¡un desencarnado!

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