La Vida Más Allá de la Sepultura 

perforados por las agujas hipodérmicas, asimilando antibióticos 

ante el más sencillo dolor de oídos, promoviendo entonces la 

otitis grave o el constipado, llevado a cuenta de un “principio” 

de bronconeumonía que las madres de antaño curaban con al-

gunas gotas de aceite caliente o cataplasmas de harina de lino.

Las enfermedades constitucionales de la infancia, que algu-

nas partes del divino laboratorio del cuerpo producen los virus 

y antitoxinas defensivas del futuro, sufren tan bárbaro asedio de 

la medicina moderna que actualmente es dificilísimo encontrar 

un ciudadano que se halle exceptuado de la más inofensiva in-

fección y pueda sobrevivir sin desinfectar su garganta o inyectar 

en las venas un cortejo de drogas y sustancias minerales que le 

invaden la circulación viciada, similar a una borrachera medica-

mentosa. La ciencia terráquea, cada vez más aturdida, en vez de 

auxiliar a la naturaleza humana y de estudiar las enfermedades 

comunes del medio terreno, prefiere violentarlas y desorgani-

zarlas en su tradicional sabiduría instintiva. La alimentación fa-

bricada sin escrúpulos y la preocupación fanática de la asepsia 

exagerada, saturan las defensas del organismo por falta de un 

saludable entrenamiento contra las embestidas exteriores. Los 

centros procreativos que son nutridos por las más importantes 

colectividades microbianas, son continuamente bombardeados 

en el hombre por la excesiva cantidad de antibióticos que le-

sionan la armonía microgénica, confirmando, bajo la evidencia 

real de los síntomas que indican dolencias, mas no dolientes. 

Poco a poco en las aglomeraciones excesivas de las metrópolis 

bulliciosas se atrofian los elementos responsables de la nata-

lidad, como lo habéis observado en algunos países europeos, 

en donde la vida artificializó de tal manera que se acentúa el 

profundo desequilibrio entre el nacer y el morir.

Podéis notar que las circunstancias agravantes de la vida 

asfixiante de las ciudades se encargan de reducir el éxito de 

la procreación, sin necesidad de tener que limitar la cuota de 

hijos; mientras tanto, donde la vida es espontánea, donde hay 

espacio y oxígeno y donde la Naturaleza aún no fue violentada 

en sus directrices sabias, los hijos nacen pródigamente, gracias 

al sentido directivo de la Ley, indiscutiblemente manejada con 

excelente sabiduría por los propuestos por Dios.

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