Ramatís
te del Creador, pues si Él consiguió realizar lo más difícil, or-
ganizar el Cosmos, también podría solucionar lo más fácil, que
es administrarlo en orden. Hay un sentido regulador en todos
los actos de la vida humana que disciplina inteligentemente la
necesidad procreativa, en conformidad a los recursos del medio.
Es la misma Ley que determina al vigoroso y voraz cóndor de
los Andes que sólo consiga criar un pichón de cada cien huevos,
evitando que su excesiva fertilidad impida la vida en el suelo;
sin embargo, el conejo, que es débil e inofensivo para la colecti-
vidad animal, así como mueren a puñados nacen a millares. Los
dinosaurios y otros animales prehistóricos, que procreaban in-
definidamente y podrían haber infestado la superficie del globo
y destruido otras formas de vida, no limitaron su procreación
por el hombre, pues la naturaleza se encargó de ello ni bien el
instinto director de la especie consideró terminada la experien-
cia del gigantismo animal.
Aun entre espiritualistas de ciertos conocimientos sobre las
leyes superiores parece predominar la idea de que el ciudadano
encarnado debe intervenir periódicamente y restringir la espon-
taneidad de la vida elaborada por Dios, con el de corregir equí-
vocos provenientes de su distracción.
Pregunta: ¿Cómo podríamos valorar el trabajo inteligente y
restrictivo de la Naturaleza en la procreación humana, de modo
de poder evitar la saturación demográfica del orbe y la conse-
cuente imposibilidad de atender el exceso de población?
Ramatís: Hace poco dijisteis que los campesinos o las fa-
milias que viven en el interior de los Estados son más prolífe-
ros porque poseen medios para atender a su numerosa prole, y
debido a las causas dificultosas de las ciudades populosas, era
aconsejable la restricción del número de hijos... Naturalmente,
ya debéis percibir que la procreación de los hijos en los centros
civilizados se hace cada vez más dificultosa, pero el medio se
encarga de reducir el número de nacimientos y también la so-
brevivencia. Mientras las criaturas nacidas en el campo resisten
fuertemente las enfermedades comunes, creciendo con la fuerza
natural de los campesinos y hasta más alejados de la higiene
y cuidados de la ciudad, los hijos de los metropolitanos nacen
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