La Vida Más Allá de la Sepultura 

ficado de muchas contradicciones humanas registradas en la 

Tierra en nombre del amor, de la bondad, de la honestidad o de 

la renuncia.

No hay fundamento sensato en llorar ininterrumpidamente 

a los hijos desencarnados, cuando ellos no pasan de ser imá-

genes de carne en incesante transformación cotidiana. Es sufi-

ciente el transcurso de algunos años del calendario terráqueo 

para que los descendientes regordetes se vuelvan diferentes a 

las figuras que son expuestas en el álbum de fotografías de la fa-

milia. Miraos vosotros mismos en el espejo doméstico, ¿y lo que 

veis enfrente? ¿Por ventura aún sois aquel rosado bebé de car-

ne viva que hace algunos años se agitaba en la cuna, festejado 

ruidosamente por los parientes satisfechos? ¿Seríais capaces de 

reconoceros si un espejo mágico os mostrara el rostro macilento 

del futuro viejo, apoyado en el bastón que os ampara los pasos 

debilitados? ¿Quién sois, al fin? “¿Quiénes son mis hermanos, 

mi padre y mi madre?”, preguntó Jesús en un instante de gran 

lucidez espiritual.

En realidad, las figuras humanas son imágenes en continua 

metamorfosis, que  envejecen y  se  deforman apresuradamente. 

Surgen en cunas de seda o entre montones de trapos, crecen, se 

fatigan, caen y terminan en el melancólico silencio de la sepul-

tura terrestre. Cuántas ilusiones guarda el alma al llorar incon-

solablemente en el recuerdo enfermizo por la imagen provisoria 

de aquel que partió temprano, cuando el verdadero afecto debe 

dirigirse al espíritu, que es inmortal, cada vez más consciente de 

sí mismo y que existe más allá del espacio y del tiempo.

Pregunta: Sucede que nosotros centramos todo nuestro 

afecto en la figura humana, y cuando desaparece nos falta el 

apoyo emotivo en donde basamos nuestros más altos sentimien-

tos, ya bastante despiertos. ¿No es verdad que ése es el proceso 

natural de la evolución espiritual?

Ramatís: Es evidente que si estáis esclavizados en los cami-

nos virtuales del mundo ilusorio no podéis alcanzar la realidad 

definitiva del espíritu, que requiere decisión y coraje para la 

deseada liberación de la materia.

El padre o la madre que después de diez años aún deses-

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