La Vida Más Allá de la Sepultura
ritu del hijo amigo, pues si ignoran la realidad reencarnatoria
también desconocen que, en muchos casos, pueden estar llo-
rando desconsoladamente al terrible verdugo del pasado, por el
solo hecho de haber heredado por breve tiempo un cuerpo en el
seno de su hogar. Es probable que si conociesen la terrible ver-
dad que los hace llorar inconsoladamente, cesaría de inmediato
el sufrimiento por una criatura espiritual que, en realidad, hasta
les podría ser detestable.
Pregunta: ¿Cómo podemos comprobar si hay egoísmo en ese
sufrimiento acerbo cuando los padres sufren la pérdida del hijo?
Ramatís: Hay criaturas muy beneficiadas por la fortuna,
que se dedican egoístamente a su único retoño porque éste es
carne de su carne y sangre de su sangre. Mientras tanto, ese ape-
go enfermizo puede significarles la futura decepción en el Más
Allá, cuando verifiquen que en el hijo de su humilde cocinera
oen el niño que detestaban en la vecindad es donde realmente
vivía el espíritu más querido en el pasado, mientras que el hijo
adorado, que fuera rodeado de los más fantasiosos caprichos,
habitaba el alma adversaria, cruel y despiadada.
Hay criaturas que cuando pierden a un hijo el mundo se
les torna indiferente; inconsolables, se apartan de los atracti-
vos de la vida, se recogen melancólicamente en un estado de
inactividad emotiva e inútil, cultivando su desdicha personal
aunque continúen rodeados de la colectividad terrena sufriente
y necesitada de toda clase de cooperación. Algunos se sumergen
definitivamente en la caparazón de su vida egoísta, celosos de la
felicidad ajena y considerando al mundo como responsable de
la muerte del hijo querido.
Los más recalcitrantes pierden la sensibilidad espiritual y
el sentido de vivir cristianamente, olvidándose de la pobreza de
los hijos ajenos o de la aflicción de otras madres, prefiriendo
levantar un fastuoso mausoleo en la tierra fría del cementerio,
transformándolo en un templo definitivo hacia el culto enfermo
de la muerte, inclinándose melancólicamente junto al cadáver
del hijo en desintegración. Cuántas veces, junto a esas almas
herméticamente encerradas en sí mismas hemos visto al muerto
gritarles en el auge de la angustia: “Basta, padres míos. No fuer-
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