La Vida Más Allá de la Sepultura
sar la naturaleza exacta del presentimiento, pero reconocía la
procedencia, la que partía de mi alma, poniéndome sobre aviso:
una lejana tempestad se dibujaba en el horizonte de mi mente, y
el instinto de conservación arrojaba el temor hacia lo íntimo de
mi espíritu. Poco a poco, identificaba el retumbar del trueno a la
distancia, mientras vivía la sensación de encontrarme ligado al
crisol de energías tan poderosas, que parecían las fuerzas de nu-
trición del propio Universo. La tempestad que se acentuaba en
mí no parecía venir de afuera, pero sí que emanaba lenta e im-
placablemente desde el interior de mi propia alma. Acompañé
el crescendo implacable y percibí, desconcertado, que era en mí
mismo, en el escenario vivo de mi morada interior, en donde la
tormenta se desarrollaba y en camino al tremendo “clímax” de
violencia.
Como si estuviera acurrucado en mí mismo, oí al tremen-
do trueno retumbar en las entrañas de mi espíritu, lográndome
sacudir todas las fibras de mi ser, a semejanza de una frágil
vara de junco chicoteada por el viento indomable. El choque fue
poderoso y quedé sumergido en un extraño torbellino de luces
y chispas eléctricas, para desaparecer al poco rato, tragado por
ese vórtice flameante. En seguida perdí la conciencia.
El fenómeno era realmente el temido momento de la verda-
dera muerte o desencarnación, común a todos los seres cuando
se rompe el último lazo entre el espíritu y el cuerpo físico, el que
se encuentra situado a la altura del cerebelo y por el cual aún se
hacen los cambios de energías entre el periespíritu sobreviviente
y el cuerpo rígido. Después de ese choque violento, quedé libe-
rado definitivamente del cuerpo carnal y todo mi periespíritu
pareció recogerse en sí mismo, bajo una extraña modificación,
dificultándome el entendimiento y la claridad psíquica y ha-
ciéndome perder la conciencia de mí mismo.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta mi despertar en el
mundo astral, después que mis despojos mortales habían sido
entregados a una humilde sepultura. Recordaba que sentía aún
la temperatura algo fría y, sin embargo, mi cuerpo gozaba de
una indescriptible sensación de alivio y bienestar, habiendo de-
saparecido todas las angustias mentales, aunque persistía cierta
fatiga y una ansiedad expectante. Mi esfuerzo estaba centra-
39