Ramatís

tan peligrosamente por su condición o por sus glorias recién 

alcanzadas, que caen de sus pedestales de barro víctimas de su 

propia vanidad, que es hábilmente explotada por los espíritus 

del astral inferior.

Algunos pregonadores religiosos aeuroleados de misione-

ros o salvadores de la humanidad, adoctrinadores entusiastas, 

críticos inteligentes de su trabajo hacia el prójimo y médiums 

de brillante fenomenología, se pierden porque los domina la va-

nidad o el orgullo, y les falta el bendecido sentido crítico del 

“conócete a ti mismo”. Cierran los oídos a las más sensatas ad-

vertencias que reciben y cometen las mayores tonterías, como 

si fuesen manifestaciones de genial espiritualidad. Entonces se 

encierran en su vanidad y auto fascinación convencidos de su 

paradójica modestia, ignorando que el viejo y delictuoso “deseo 

central” del pasado, puede estar surgiendo lentamente explo-

tado por la astucia y la capacidad de los entes de las tinieblas. 

Llega el momento en que no tardan en caer, desmoronados por 

fuerzas destructoras que se alimentaron de ellos, quedando rele-

gados a la oscuridad y al anonimato sin gloria, cuando no, una 

suerte peor los lanza al desvarío o a la alienación mental.

En verdad, esas criaturas se dejan ilusionar por la presun-

ción de ser almas de alta estirpe espiritual, incapaces de equi-

vocarse y que permanentemente actúan bajo la dirección de je-

rarquía superiores; al poco tiempo se vuelve un excelente factor 

para aflorar su vanidad y potencial de orgullo adormecido en lo 

recóndito de su ser, con la inevitable convergencia para crearle 

un “centro de fascinación” que es ideal para la operación perver-

sa de las entidades de las sombras. Muchas veces, la vanidad le 

grita tan alto a esas criaturas, que toman el maquiavelismo de 

sus obsesores como grandes casos de revelación espiritual. En-

tonces, no tardan en pregonar el ridículo a cuenta de la sabidu-

ría, los dichos comunes como preceptos doctrinarios y transfor-

man la irascibilidad o los envanecimientos íntimos en posturas 

mesiánicas; “se distraen” a través de sus propias fascinaciones, 

mientras que desde lo invisible les guían los pensamientos y 

las emociones. Mientras cultivan fanáticamente su “deseo cen-

tral” y se desorientan satisfactoriamente en el trono de su vani-

dad presuntuosa, resultan fortalezas inexpugnables y hostiles a 

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