La Vida Más Allá de la Sepultura 

de los lagos o de los ríos, al mismo tiempo que vislumbré sobre 

mí un retazo de cielo azul blanquecino, común en los días de 

invierno. Al mismo tiempo pude comprender que me encontra-

ba suspendido en el aire, pues fui empujado por un vigoroso 

balanceo, mientras forcejeaba para romper las cuerdas que me 

inmovilizaban. La presión de una mano callosa que me tapaba 

la boca me impedía gritar, mientras un violento dolor me hacía 

arder el pecho y la garganta. Me afirmé un poco en el suelo, y 

súbitamente, por un impulso muy fuerte, fui arrojado a las pro-

fundas y pantanosas aguas, en donde el perfume de los lirios se 

confundía con la fetidez del lodo del río. Cuando me sumergí, 

aún oía el repicar de las campanas de bronce y las voces hu-

manas de tonos festivos.   Poco a poco eso se fue perdiendo en 

un eco lejano, mientras mis pulmones se sofocaban con el agua 

sucia y fría.

Ese rápido entreacto de la cesación de mi conciencia, al 

sumergirme en las aguas heladas, me hizo perder la ilación de 

las imágenes que se reproducían en mi memoria periespiritual, 

y como si despertase de una profunda pesadilla, me sentí nue-

vamente en la personalidad de Atanagildo, vivo mental y astral-

mente, pero adherido a un cuerpo yerto.

Más adelante, cuando tomé posesión de la memoria de mi 

última existencia, pude identificar aquella escena ocurrida en 

Francia a mediados del siglo XVIII, cuando fui sorprendido en 

una emboscada por rivales que estaban celosos por el afecto 

que tenía hacia una determinada joven, los cuales, después de 

herirme en la garganta y el pecho, me arrojaron al río Sena, por 

detrás de la iglesia de Nótre Dame, justamente en la mañana 

que se realizaban importantes celebraciones religiosas. Por eso, 

en mi trance psico-métrico de retorno al pasado, ocurrido du-

rante la última desencarnación, sentía revivir la sensación del 

agua helada en donde fui arrojado, pues la escena se reavivó 

fuertemente en mi periespíritu en cuanto se conjugaron las fuer-

zas vitales, en efervescencias, para evitar mi desenlace.

Después de aquella reproducción del crimen en el Sena, 

cuando aún pensaba en el trágico acontecimiento, recrudecie-

ron dentro de mí las voces y los sollozos más ardientes: la ima-

gen del pasado se esfumó rápidamente y me reconocí ligado 

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