La Vida Más Allá de la Sepultura
Ramatís: Ese deseo corresponde a una fuerza pasional
oculta, de fuerte exaltación psíquica, resultante de todas las
energías consecuentes de la experimentación milenaria de la
conciencia. Es una conquista que funde en un solo campo de
fuerzas, todo lo que el alma experimentó y absorbió con el con-
tacto energético del mundo exterior. Figura en lo íntimo de la
conciencia como su finalidad más importante, que supera todos
los restantes deseos y acciones que no vibran con ese “deseo
central”. Puede ser el fruto de malas raíces que la conciencia
espiritual lanzó hacia el fondo de su psiquismo, como puede ser
también, un océano de energías contenidas, que al romper sus
compuertas, puede ascender a las más sublimes luces mesiáni-
cas en favor de la humanidad.
En el subjetivismo del ser, ese deseo va haciendo sus em-
bestidas lentas, pero tenaces, porque no es fuerza estable, pero
sí, una fuerza inquieta en procura de expansión y dominio. En
algunos seres, su eclosión puede terminar cuando alcanzó el
máximo de vanidad personal a consecuencia de las posesiones
económicas o sociales comunes a la vida epicúrea, quizás en el
orgullo personal de los cargos y glorias políticas, aunque sin
grandes expansiones notorias. En otros es fuerza peligrosa, que
al explotar, transforma a las instituciones clásicas del mundo y
subvierte las leyes tradicionales, imponiendo programas tiráni-
cos o fastuosos, o el rapiñaje que sacrifica al género humano.
En el alma superior, el “deseo central”, aunque se encuentre
indefinido, se expande como un potencial de reservas bendeci-
das y produce las grandes renuncias por parte de los iluminados
guías de la humanidad. San Francisco de Asís cuando sintió
aflorar la fuerza íntima de su “deseo central”, se consumió en el
desempeño del servicio amoroso a los infelices; Jesús, dominado
por el mismo impulso oculto, se transformó en un vibrante ins-
trumento vivo del heroísmo y amor, cuyo potencial energético
exudó alrededor de la cruz del martirio a favor de la felicidad
del hombre. El “deseo central” de esos sublimes seres recibió
el aliento de las jerarquías angélicas, mientras que los grandes
tiranos o flageladores de la humanidad, recibieron el aliento del
poder de las tinieblas.
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