Ramatís
secular o milenario de la enfermedad espiritual ha de continuar
desafiando esos recursos, pues sólo se contemporiza y no se so-
luciona la situación. La aplicación de los choques consigue pro-
porcionar algunos momentos de razón al obseso o prorrogar la
crisis fatal debido al despertar súbito de las células cerebrales y
a la trepidación del sistema nervioso, que se libera brevemente
de la acción obsesiva del perseguidor oculto en las sombras del
Más Allá. Pero eso no conseguirá impedir más tarde o en la
próxima encarnación que el espíritu enfermo pase a manifestar
los mismos síntomas o efectos mórbidos. El asilo de locos en la
Tierra aún desconoce que por encima de la terapéutica química
otécnica del mundo material hay un tratamiento más eficiente
y milagroso, que es la transfusión del amor.
Por eso en los cursos de cura para obsesiones que funcio-
nan en las comunidades astrales, aunque los alumnos se dedi-
quen al avanzado conocimiento psicológico espiritual y cientí-
ficamente trascendental, primero cuidan de todos los anhelos
superiores y sentimientos del espíritu inmortal para que el éxito
de la cura sobre las enfermedades psíquicas se alcance por la
terapia elevada del Amor.
Pregunta: Es evidente que el más obstinado en mantener
ese círculo vicioso es el obsesor liberado en el astral. ¿No es
verdad? ¿No le tocaría ceder primero, una vez que es consciente
de la inmortalidad del alma y de las futuras consecuencias de
sus actos?
Ramatís: No todos los obsesores tienen conciencia de sus
actos nefastos o venganzas crueles; muchos de ellos no pasan
de ser locos o desesperados que se aferran poderosamente a
víctimas indefensas, como se adhiere el parásito al tallo de la
planta en crecimiento, atendiendo al sagrado derecho de vivir. A
esos espíritus es mejor darles el tratamiento del amor y ternura
espiritual, aliviando sus dolores acerbos y las torturas psíquicas
mucho antes de pretender alejarlos de sus víctimas encarnadas
que los atraen continuamente con sus propios vicios y ociosidad
espiritual. Verdugo y víctima, ambos enfermos, piden la misma
medicina que el Sublime Jesús recetó sin rodeos: “Haced a los
otros lo que queréis que os hagan”.
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