La Vida Más Allá de la Sepultura
actitudes egocéntricas de la juventud avara de sus bienes ma-
teriales, aun cuando me dominaba la voluptuosidad de poseer
lo “mejor” y superar el ambiente, por la figura ridícula de la
superioridad humana. También sufrí por mi descuido espiritual
de la juventud liviana: fui estigmatizado por las escenas evoca-
tivas de los ambientes deletéreos, cuando el animal se despo-
ja de su indumentaria, en las sensaciones lúbricas. No era una
acusación dirigida propiamente a mi naturaleza inquisidora,
cosa que felizmente nunca ocurrió conmigo, ni aun en la fase
de la experiencia sexual, y que comprobaba en aquel momen-
to retrospectivo, en donde el alma realmente interesada en los
valores angélicos debe siempre repudiar el ambiente lodoso de
la prostitución de la carne. En el cuadro de mi mente super ex-
citada, identificaba los momentos en que la fiera del sexo, como
fuerza indomable, me atraía hacia la orilla del charco en donde
se debaten las infelices hermanas desheredadas de la ventura
doméstica.
La proyección cinematográfica continuaba fluyendo en mi
tela mental, cuando reconocía la fase del aprendizaje escolar, y
después, los holgorios de la infancia, cuyos cuadros, por ser de
menor importancia en la responsabilidad de la conciencia espi-
ritual, tuvieron fugaz duración. Espantadísimo, debido a la dis-
ciplina y a los éxitos de mis estudios esotéricos, pude identificar
una cuna adornada de encajes, reconociéndome en la figura de
un rosado bebé, cuyas manos tiernas e inquietas eran motivo de
júbilo y agasajos por parte de dos seres que se inclinaban sobre
mí. ¡Eran mis padres! Pero lo que me dejó intrigado y confuso
fue que en el seno de esa figura tan diminuta, de recién nacido,
me sentía con la conciencia algo despierta y dueña de impresio-
nes vividas en un pasado remoto. Me parecía realizar tremendos
esfuerzos para vencer a aquel cuerpecito delicado y romper las
ligaduras de la carne, con la intención de transmitir palabras in-
teligentes y pensamientos maduros. Detrás de la figura del bebé
inquieto, con profundo espanto, reconocía la “otra” realidad de
mí mismo.
Atento al fenómeno de esa evocación psíquica, tal como si
viviese el papel del principal actor en un film cinematográfico,
llegaba a extrañar el motivo de aquellas imágenes retroactivas
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