Ramatís
presión de estar volviendo a la inversa, pues la memoria re-
trocedía paulatinamente a través de mi última existencia y me
llenaba de asombro por la claridad con que veía todos los pasos
de mi existencia. Los acontecimientos se desenvolvían en la tela
mental de mi espíritu, a semejanza de una vivísima proyección
cinematográfica. Se trataba de un increíble fenómeno, donde
eran proyectados todos los movimientos más intensos de mi
vida mental; los cuadros se superponían, retrocediendo, para
después esfumarse, como en las películas, cuando determinadas
escenas son substituidas por otras más nítidas. Yo decrecía en
edad, rejuvenecía, y mis sueños fluían hacia atrás, alcanzando
los orígenes y los primeros bullicios de la mente inquieta. Me
perdía en aquel ondular de cuadros continuos y gozaba de eu-
foria espiritual cuando veía actitudes y hechos dignos, lo que
podía comprobar cuando actuaba con ánimo heroico e inspi-
rado por sentimientos altruistas. Sólo entonces pude avalar la
grandeza del bien; me espantaba que una sublime sonrisa de
agradecimiento, en esa evocación interior y personal, o la mi-
núscula dádiva que había hecho en fraternal descuido, pudiesen
despertar en mi espíritu esas alegrías tan infantiles. Me olvidaba
de la situación funesta en que me encontraba para acompañar
con incontenido júbilo los pequeños sucesos proyectados en mi
cerebro etérico; identificaba la moneda donada con ternura, la
palabra dicha con amor, la preocupación sincera para resolver
el problema del prójimo o el esfuerzo realizado para suavizar la
maledicencia dirigida hacia el hermano descarriado. Aun pude
rever, con cierto éxtasis, algunos actos que practicara con sacri-
ficial renuncia, no porque perdiera en la competición del mundo
material, sino porque sabía humillarme a favor del adversario
necesitado de comprensión espiritual.
Si en aquel instante me hubiera sido dado retomar el cuer-
po físico y llevarlo nuevamente al tráfico del mundo terreno,
aquellas emociones y estímulos divinos habrían ejercido tal in-
fluencia sobre mi alma, que mis actos futuros justificarían mi
canonización después de la muerte física. Pero, en contraposi-
ción, no faltaron tampoco los actos poco delicados y las estu-
pideces del mozo ardiendo en deseos carnales. Sentí de pronto
que las escenas se me tornaban acusadoras, refiriéndose a las
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