La Vida Más Allá de la Sepultura
Atanagildo: ¿Conseguiréis resolver esa angustiosa situa-
ción del Más Allá, tratando de ignorarla? El avestruz cree que
se libera del peligro porque al ser amenazado, se cobija con el
recurso tonto de esconder la cabeza bajo la tierra. En vez de
proseguir con esa ignorancia como aconsejable, ante este asun-
to tan grave, es mucho mejor que se manifieste toda la verdad,
con toda su crudeza y repugnancia, para que más tarde, desde
este lado, los desencarnados no se justifiquen, quejándose de su
profundo desconocimiento de las consecuencias pavorosas por
el desprecio a las virtudes del alma. Lamento que la pobreza del
lenguaje humano y la insuficiencia del médium que interpreta,
me impida describiros la exacta realidad con todos sus por-
menores de barbarismo, degradación y satanismo común a las
almas desviadas de la ruta benefactora y de la vida educativa
espiritual.
Ni a causa de las invasiones bárbaras o por la piratería de
los mares del siglo XVII, cuando a la vida se le daba menos
valor que a la más ínfima moneda, se presentaron cuadros tan
angustiosos y dolores tan vivos como los que he observado en
el mundo enfermizo y subterráneo del astral inferior donde las
almas desesperadas y criminales, se debaten en las más indes-
criptibles orgías de padecimientos y torpezas morales.
Atendiendo a las solicitudes más elevadas, intenté describi-
ros algunos aspectos de los cuadros torturantes y pavorosos de
las regiones inferiores, donde las almas delincuentes se adhieren
a los valores execrables y abomínales, que por su poca vigi-
lancia, rebeldía y desestimación, ponen en circulación contra el
sentido creador y benéfico de la vida humana.
Ojalá que estas sencillas descripciones, realmente, puedan
causar sinceros temores y alertar a los espíritus imprudentes,
permitiendo que se renueven a través del tiempo, abandonando
los despojos provisorios que roban a la miseria humana, y que
además de ablandar sus corazones endurecidos, apartándose de
la ambición, la avaricia, el egoísmo y demás pasiones aniqui-
ladoras. Mientras tanto, como conozco bastante bien el alma
humana, comprendo que ese temor ha de ser provisorio e insu-
ficiente para lograr las modificaciones espirituales tan deseadas,
hecho éste, que ni la voz sublime del Cristo, infelizmente logró.
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