La Vida Más Allá de la Sepultura 

desempeñando tareas particulares. Más tarde, vine a saber, que 

esas comunidades ociosas y rebeldes, en donde se sitúan los in-

felices padecedores de los mayores horrores jamás imaginados 

por el cerebro humano, también son atendidos y socorridos por 

las entidades de las metrópolis superiores, qué procuran recu-

perar a los espíritus menos culpables y hacerlos emigrar hacia 

las zonas de asistencia espiritual, junto a la superficie terrestre.

Con esfuerzo, había alcanzado el límite suburbano de la 

ciudad, cuando se me presentó un aterrador espectáculo, pare-

ciéndome que esa tenebrosa metrópoli fuera escogida por Dante 

Alighieri al describir su visión del Infierno. Caminaba hacia el 

caserío sucio y mal oliente, cuando resolví subir a una regular 

elevación del terreno, para orientarme mejor entre los callejones 

oscuros e inundados de inmundicias.

Entonces, la escena que descubrí fue horrorosa, pues alre-

dedor del suburbio había multitudes de criaturas estropeadas y 

adheridas al suelo pegajoso, como si fuesen reptiles y gusanos 

repugnantes. Desde lejos se percibía el mal olor que exhala-

ba la materia pútrida de aquellos individuos llagados. Aunque 

estaba profundamente contrariado, resolví descender y pene-

trar callejuela adentro para asistir al espectáculo horripilante, 

que me pareció el más degradante que yo haya contemplado. 

Eran seres mutilados, que parecían verdaderas llagas vivas, que 

además hacían cruciales movimientos; otros, alienados de caras 

tenebrosas, reían siniestramente, mezclándose entre hombres 

de cataduras feroces, perversos sarcásticos e insolentes, que no 

podían esconder los extraños estigmas que marcaban sus actos 

brutales, identificándolos perfectamente angustiado, comprendí 

que me encontraba en un enorme depósito —si cabe el térmi-

no— de almas carcomidas y retardadas en el camino evolutivo 

de la espiritualidad, que se amontonaban sin respeto alguno 

y se entregaban a toda suerte de villanías y sufrimientos. Allí 

no había orden, ni ley, no se oía el canto jubiloso de la mujer 

joven o la risa abundante y cristalina de la criatura inquieta, 

ni las voces alegres de los hombres reviviendo las existencias 

aventurescas del pasado. No se veía señal alguna de trabajos 

benéficos o iniciativa de higiene, corroborándolo la inmundicia 

de los suburbios. En el aire latían las irradiaciones identificado-

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