Ramatís

la ciudad, por los vestidos vivos y romanescos, se destacaban 

ciertos grupos de hombres de capas negras, brillantes y escarla-

tas por dentro, ostentando sombreros largos y de una especie de 

gamuza amarilla viva, inclinados sobre los ojos y con amplias 

plumas de un rojizo subido. De ojos siniestros, pasos largos y 

un balanceo del cuerpo al andar, que recuerda a los viejos lobos 

de mar, estos seres caminaban apoyando sus manos enguan-

tadas sobre sus espadas sujetas al cinto adornado de piedras 

preciosas. Sus aspectos eran amenazadores y los transeúntes 

más osados no disimulaban su malestar al enfrentarse con esos 

hombres, que en grupos de seis a doce recorrían las calles osten-

tando placenteramente un aire de maligna provocación.

Los esclavos, empleados en tareas degradantes o empujan-

do vehículos pesados, me hacían recordar los sudorosos “coolíes” 

de la China, temblaban como varas verdes y huían apresurados 

de la trayectoria de ese tipo humano de aire tenebroso. En un 

rápido mirar, no pude huir a un instintiva impresión de temor; 

eran ojos siniestros, con fulgor de acero y encajados en un ros-

tro feroz como el del lobo; tenían en su cara la palidez terrosa, la 

nariz aguileña y la cabellera de un castaño subido que les salía 

por debajo del sombrero y les caía formando franjas, como si 

fueran viejas hilachas caídas sobre los hombros angulares.

Más tarde vine a saber que esas criaturas eran secuaces 

avanzados del “poder ejecutivo” de la ciudad, y conocidos como 

los “fieles”, porque además de estar dotados de la más grande 

crueldad y ambición, hace muchos siglos que cumplen fielmente 

la voluntad del gobierno oculto de la comunidad. A primera 

vista me parecían copias exactas de las caricaturas de los mos-

queteros de Dumas, vivían siempre a la caza de almas infelices, 

arrebatándolas, como los demonios de la leyenda, para después 

esclavizarlas a la rueda infamante de la esclavitud astral, ade-

más de haber sido los autores de las más diabólicas empresas 

obsesivas y del dominio cruel en el mundo inferior. Procuré son-

dear en sus almas y comprobé que se trataba de entidades ex-

cesivamente perversas, en cuya faz de hienas se estereotipaba la 

síntesis de todas las maldades, villanías, torpezas y libertinajes, 

multiplicados al máximo.

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