Ramatís
suntuoso perímetro de los edificios públicos de importancia y a
las viviendas ostentosas de los privilegiados de la extraña me-
trópoli. Constantemente la turba de impíos policías contratados
por la dirección de la ciudad bajo, el más sádico barbarismo,
expulsaban a latigazos a esos infelices, que desesperadamente
intentaban penetrar por las callejuelas para alcanzar el períme-
tro aristocrático. Era un espectáculo de terrible crueldad; azo-
tábanse a mujeres y hombres, aunque se encontrasen en la más
negra miseria y desequilibrio psíquico, a la vez que recibían una
lluvia de improperios que terminaban por atontarlos.
Pregunta: ¿De dónde proviene esa multitud de criaturas
miserables que se encuentra amontonada en los suburbios de
la ciudad?
Atanagildo: Cierta parte fue confinada allí después de ha-
ber servido de banquete deletéreo en procedimientos infames,
que aún es prematuro revelar; otra parte es la reserva mórbida
recién llegada, que dirigirán los “fieles”, después de auscultarla,
hacia el servicio diabólico de la obsesión metodizada. Aquellos
que ya fueron agotados bajo nefastos propósitos, los abandonan
y expulsan hacia los lugares tenebrosos llenos de reptiles y gu-
sanos que pululan en los matorrales del astral inhóspito; mien-
tras tanto, nuevas cantidades de seres compensan la carga ago-
tada, destinadas a los abominables procesos de vampirización y
nutrición vital, en los trabajos de ataque a los encarnados.
Después de avanzados trabajos de magia, los técnicos de
las sombras siguen a los espiritas sufrientes recién llegados, que
en la Tierra fueron obsesados y convenientes a la comunidad
astral. Esos infelices desencarnados quedan unidos a la organi-
zación periespiritual de los terrenos, desempeñando la tenebro-
sa tarea He transmitir o filtrar hacia el cuerpo de las víctimas
encarnadas las miasmas de su propia molestia y que sufrieron
cuando estaban encarnados. Es por esa causa que la medicina
terrena es impotente ante las extrañas enfermedades incurables
y los cuadros patológicos desanimadores, pues la causa prin-
cipal siempre existe en esa “yuxtaposición periespiritual” entre
un desencarnado enfermo y un encarnado sano, y se debe al
descuido moral y evangélico de este último. Cuando los malhe-
284