Ramatís

hacia el astral toda la escoria que se les adhirió al periespíritu.

Después que se corta el último lazo fluídico que liga al pe-

riespíritu a la materia densa del cuerpo físico, comienza su de-

finitiva descomposición. ¿Cuántas veces teméis que se dé sepul-

tura a ciertos cadáveres a la hora de conducirlos al cementerio 

porque se les nota un halo de vitalidad o de calor?

Pero no sabéis que, ni bien cerráis el cajón, las colectivi-

dades famélicas de los gérmenes destructores se manifiestan, 

comenzando la descomposición del cadáver, comprobando una 

vez más que el “cordón plateado” había sido seccionado a últi-

mo instante por conveniencia técnica de los asistentes desen-

carnadores.

Preguntas: Sin embargo, nos habéis dicho anteriormente 

que ciertas almas se liberan de su cadáver después que ese “cor-

dón plateado” se rompe en la tumba, por cuyo motivo sienten 

todos los efectos de la descomposición del cuerpo. ¿No hay con-

tradicción, en este caso, cuando decís que la descomposición del 

cuerpo se inicia después del corte del cordón fluídico?

Atanagildo: Es evidente que en los casos de explosión o 

incendio —suponiendo que el cuerpo del accidentado se desin-

tegre por causa de los gases o las llamas— la liberación del 

periespíritu se hace de modo rápido y por consecuencia el “cor-

dón plateado” se rompe al expeler los residuos vitales que se 

intercambian del periespíritu hacia el cuerpo físico. Pero existe 

un plazo limitado para mantener esa relación vital entre el pe-

riespíritu y el cadáver, después que comienza la desintegración 

natural por falta de cohesión molecular y debido a la función 

microbiana— que a manera de ejércitos famélicos rompen el 

cerco de una ciudad y se entregan a toda suerte de torpezas 

y destrucciones, atacando al cadáver para devorarlo. Cuando 

el último lazo se rompe por la intervención de los espíritus 

asistentes a las desencarnaciones o en los casos de accidentes, 

explosiones, incineraciones que desintegran al cuerpo inmedia-

tamente, el espíritu pasa a vivir los horrores de su descompo-

sición carnal, sintiéndose devorado por la insaciabilidad de los 

voraces gusanos, hasta la exterminación completa del cadáver.

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