La Vida Más Allá de la Sepultura
Esos dos espíritus, leyeron en mi pensamiento, con cierto
aire travieso, mientras que mi cerebro se espantaba, después
me volvieron a mirar con profunda bondad e interés, y sin que
yo tampoco me pudiese contener, reímos francamente; fue una
risa abundante y sonora, que inundó el ambiente de vibracio-
nes alegres y festivas. Reímos delante de la farsa de la “muerte”
tan lúgubre y aterrorizante para el ciudadano terreno, que vive
aferrado a sus tesoros efímeros y a sus pasiones avasallantes.
Justamente, por invertir el exacto sentido de la vida, es que el
hombre terráqueo tanto teme a la muerte del cuerpo.
Pregunta: ¿Por qué motivo, en ciertos casos, ha sido posible
identificar algunas señales de la proximidad de la muerte del
cuerpo físico? ¿Son los espíritus asistentes a las desencarnacio-
nes que previenen, a veces, el desenlace a producirse?
Atanagildo: Sabéis, que la criatura terrena considera la
muerte del cuerpo como un acontecimiento lúgubre e inevitable,
pone un sentido fúnebre a todo aquello que pueda recordarla.
A pesar de eso, en ciertas ocasiones ocurren hechos que bien
podrían denunciar la presencia de los asistentes que se aproxi-
man para desempeñar sus tareas caritativas, pero, la ignorancia
humana los hace pasar por visitantes indeseables, confundiendo
con un mal presagio sus señales benefactoras, que indican la
feliz liberación del alma enclaustrada en la materia densa.
Pregunta: Dadnos un ejemplo práctico, de cómo ciertas per-
sonas pueden percibir la aproximación de esos espíritus, que
muchos vaticinan, y se conoce por el aullido del perro, cuando al-
guien está próximo a desencarnar. ¿Eso tiene algún fundamento?
Atanagildo: Algunas veces sí. Como la visión de los ani-
males puede alcanzar una faja vibratoria más penetrante en
el astral e inaccesible a la visión o percepción humana, ciertos
perros, pueden presentir cuando los técnicos espirituales se en-
cuentran ocupados en las tareas desencarnatorias por los alre-
dedores, por cuyo motivo aúllan; por eso, el pueblo acostumbra
a decir, que el “aullido de un cachorro es de mal augurio”.
Cuando debe “quemarse” un karma colectivo, en donde
deben perecer los pasajeros y tripulantes de alguna embarca-
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