Ramatís

liberarme de aquella angustia y de una vida inútil que ya estaba 

completamente perdida, íntimamente no escondí cierta satis-

facción mórbida al presentir que habían decidido la aplicación 

de la eutanasia, pues mis gemidos ya llegaban hasta la parte 

exterior de la habitación, inquietando a los jardineros. Sin po-

der recordar el programa que yo mismo aceptara en el Espacio, 

deseaba librarme de aquel infierno de dolores, entonces debilité 

mis energías y me dejé abandonar completamente a la angustia 

acerca del sufrimiento terrible.

Mis amigos del Más Allá velaban por el éxito de la prueba 

dolorosa, para mi exclusivo beneficio espiritual. Después que 

desencarné pude valorar la eficiencia de la asistencia que me 

fuera proporcionada por esos espíritus amigos, que paso a paso, 

observaban mi “vía crucis”, haciendo todo lo posible por neu-

tralizar las sugestiones de los espíritus de las tinieblas y ayudar-

me a completar la expurgación de las toxinas agresivas, con la 

consecuente purificación de mi periespíritu.

Cuando mis apiadados parientes decidieron suministrarme 

una fuerte dosis de arsénico, aún me faltaban cincuenta y seis 

horas de dolores cruciantes para terminar mi purgación prevista 

en mi programa reencarnatorio. Entonces desde lo Alto, a través 

de recursos indirectos, entró en acción a tiempo y a gusto; uno 

de mis hijos llegó con la magnífica noticia, que en las colinas de 

San Martini, cerca de los bosques de Slovena, había un monje 

curandero que había realizado los más asombrosos milagros, 

habiendo curado a cierto conde de la región, que sufriera de una 

enfermedad muy parecida a la mía. Se sabía, que la región en 

donde residía el monje, estaba infestada de forajidos y bandole-

ros que asaltaban a los viajeros desprevenidos; con todo eso, mi 

hijo mayor en compañía de dos criados y el cochero, iniciaron el 

camino que llegaba hasta donde vivía el monje.

Cuando llegábamos a las inmediaciones del lugar, fue nece-

sario dejar el carruaje al pie de una colina, por no poder subir 

el camino abrupto. Mi hijo y los dos criados, improvisaron una 

camilla con palos y vegetales encontrados en el bosque y me 

transportaron hacia la cima.

Pocos minutos después, al atravesar una selva, cayeron so-

bre nosotros, de improviso, una banda de forajidos con palos y 

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