Ramatís

futuro, con el espíritu que ayudó a liberarse antes de tiempo 

estipulado por el programa de rectificación kármica.

Pregunta: Suponiendo que tuvieseis que reencarnar nueva-

mente en la Tierra, para purgar faltas cometidas, y tuvierais que 

hacerlo a través del sufrimiento atroz, pero, que vuestra familia 

fuera partidaria de usar la eutanasia para evitar la agonía cruel, 

¿qué providencias tomaríais para que la familia no evitara el 

proceso desintoxicante?

Atanagildo: Os narraré lo que sucedió conmigo en el siglo 

XIV cuando resolví liberarme definitivamente de una cuenta 

kármica aflictiva, fruto de mil faltas pasadas. Valerosamente, 

acepté una nueva reencarnación de atroces sufrimientos para 

los últimos días de mi vida terrena, a fin de purgar en una sola 

existencia el tóxico psíquico del periespíritu, en vez de hacerlo 

en dos o más existencias, bajo un pago kármico de menos horas 

cruciales. Opté por una encarnación más dolorosa, pero sabía 

que sería la más eficiente para al cura o ajuste de mis impurezas 

pasadas.        ,

Después que se hicieron los análisis mentales para conocer 

la naturaleza psíquica de los miembros que formarían mi fa-

milia carnal, se comprobó que serían favorables a la eutanasia, 

en el caso en que tuviese que enfrentar terribles padecimientos 

incurables. Eran espíritus pacíficos, pero ignorantes de la ver-

dadera realidad de la vida espiritual y, por lo tanto, fácilmente 

vulnerables a las insidiosas sugestiones de los espíritus dedi-

cados al mal, que harían todo lo posible para perjudicarme en 

la hora de la purgación dolorosa, como realmente lo hicieron, 

intentando hacerme desencarnar por la eutanasia.

Sin embargo, los mentores de mi destino habían garantido 

el éxito de mi purgación kármica conforme había sido planea-

da, asegurándome que disponían de los recursos eficientes en 

la hora dolorosa, para que yo pudiese sobrevivir hasta el plazo 

marcado. Reencarné en el seno de una familia, que debido a 

los sentimientos piadosos y exagerados, eran simpáticos a la 

práctica de la eutanasia. Viví allí hasta los 41 años de edad, 

como uno de los hombres más ricos del lugar. Gozaba de una 

salud relativa, pero en lo íntimo de mi alma, sentía la eclosión 

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