Ramatís
superficiales y al raciocinio de la vida física.
No conviene dejarse tomar por el primer impulso emotivo,
que erradamente consideramos, dictado por un sentimiento pia-
doso, pero, que en las profundidades de nuestro ser, puede tener
otro origen desconocido. A mi ver, nosotros no conocemos con
claridad y confianza aquello que nuestro espíritu pretende reali-
zar cuando se encuentra en el cuerpo de la carne. Ignoramos las
razones subjetivas que nos dictan las acciones y las preferencias
que surgen a la luz de nuestra conciencia en vigilia. Y si así no
fuera, es obvio que hace mucho tiempo que no estaríais obliga-
dos a las encarnaciones físicas por haber resuelto el milenario
desafío del “conócete a ti mismo”.
Son muy raros los espíritus encarnados que recuerdan el
pasado y que comprueban las verdaderas causas que originan
los efectos que sufren en el presente. Por eso estáis llenos de
impulsos y sugestiones ocultas, buenas y malas, que os prue-
ban la fuerza de una conciencia que estáis desarrollando hace
milenios, a través de vuestras vidas físicas en el mundo de las
formas. Si desconocemos las intuiciones de nuestro psiquismo
milenario —pues ignoramos hasta los objetivos que nos dictan
ciertos impulsos inconscientes— existe también el peligro, al
practicar la eutanasia, de caer en la suposición de que cumpli-
mos con un acto “piadoso” como acostumbráis decir, cuando en
realidad puede tratarse de un acto “cómodo”, que nos interesa
más a nosotros mismos que al propio doliente.
No es difícil que se invierta ese sentimiento de piedad de
nuestra concepción particular, pues nuestro propio sentimen-
talismo puede sentir un estado desagradable, al ver al sufriente
sin posibilidad de alivio o salvación y que nuestras fuerzas no
logren apartar de nuestra visión, el cuadro atroz del dolor ajeno,
que por otro lado, nos perturba el sosiego... De la misma forma
que nos angustiamos al ver el sufrimiento acerco de nuestro ser
querido, es muy posible que nos mantuviéramos totalmente cal-
mos, si eso mismo le pasara al vecino o al peor de nuestros ene-
migos. De ahí entonces, que no conozcamos en absoluto, cuál es
la realidad del impulso interior que nos aconseja la eutanasia en
los casos atroces, pues tanto podemos ejecutarlo como un acto
“piadoso” en favor del moribundo, como un acto “cómodo” bajo
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