Ramatís

sabiduría espiritual. Revolotean atontados, cual mariposas in-

defensas, alrededor de las lámparas mortíferas, y se ven espiri-

tualmente embrutecidos sobre los tapetes lujosos, en los vehícu-

los carísimo o en los palacios suntuosos; se regocijan dilatando 

el abdomen por los excesos pantagruélicos de las mesas opípa-

ras o aturdiéndose con la ingestión incesante de corrosivos con 

rótulos dorados.

Esas criaturas, cuando frecuentan los templos religiosos, lo 

hacen apresuradamente a la hora de la ceremonia aristocrática, 

rodándose con agua bendita o manoseando Biblia de lujosas 

tapas; la devoción les sirve de motivo para hacer admirables 

exposiciones de trajes elegantes, joyas y adornos perecederos. 

Nos recuerdan a una hermosa bandada de pájaros policromos 

haciendo algazara en las escalinatas de las basílicas suntuosas. 

Cuando fallecen, un cortejo fastuoso conduce sus huesos y car-

nes pútridas hacia el riquísimo túmulo de mármol con puertas 

de bronce. Les sucede lo que a la alegre cigarra de la fábula, 

cuando acaba la risa abundante y el vocerío ruidoso; la expec-

tativa misteriosa y la indagación dolorosa fluctúan alrededor de 

sus lujosos mausoleos. Mientras que, a la distancia, el silencio 

es perturbado por el gemido triste del tuberculoso, por el lloro 

de la criatura hambrienta o por la queja de la vejez desampa-

rada, que al no tener pan suficiente, techo que la cobije o me-

dicamento que la cure, Se transforma en terrible alegato contra 

las riquezas malgastadas. Normalmente, las criaturas desinte-

resadas de los bienes eternos del espíritu aseguran que después 

de la muerte sus variados representantes religiosos, les han de 

conseguir el deseado ingreso en el País de la Felicidad, así como 

sus asesores les regularizarán las cuentas prosaicas del mundo 

profano. Desgraciadamente bien distinta se torna la realidad 

cuando la sepultura recibe sus carnes abatidas por el exceso de 

placeres materiales y viciadas por el confort epicúreo. El tene-

broso cortejo de sombras que los espera en el reino invisible de 

la visión física, acostumbra substituir el caviar de los banquetes, 

por el vómito insoportable y la prodigalidad del whisky, por el 

valor de las llagas de las comparsas del infortunio.

Esos espíritus se sitúan, por Ley contenida en el Código 

Moral Evangelio, en la región correspondiente a sus propios 

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