La Vida Más Allá de la Sepultura 

credenciales de un mensajero enviado de lo Alto, para poder 

dictaros soluciones espirituales definitivas. Es muy conveniente 

que no os dejéis contaminar por el pésimo ejemplo de ciertos 

espiritas que, en su precaria mentalidad, pretenden transfor-

marnos en oráculos infalibles;  aceptad, por lo tanto, mi sencilla 

opinión, del mismo modo que acostumbro a encarar las cosas 

de la vida espiritual después de la muerte del cuerpo físico.

Pregunta: ¿Qué pensáis de la eutanasia?

Atanagildo: Para mí la cuestión de eliminar al enfermo al-

gunas horas de vida antes que lo haga el proceso de la “muerte” 

odejarlo en el pulimento de su sufrimiento, para que se desin-

toxique su periespíritu hasta el último segundo, está subordi-

nada a la necesidad de saber, primeramente, a quién pertenece 

el cuerpo que se extingue y a quién se le debe el derecho de la 

Vida... Es obvio que el cuerpo físico no deja de ser un emprésti-

to a plazo limitado concedido por el “atelier” de la Tierra al es-

píritu encarnante y que fatalmente deberá devolver después del 

plazo estipulado. En cuanto a la vida, pertenece a Dios, que la 

ofrece para que podamos adquirir la noción de existir y nos re-

conozcamos como conciencia individual, pero sin desligaros del 

Todo. A través del flujo bendecido de las existencias físicas, ter-

minamos aprendiendo que no somos árboles, estrellas, piedras, 

riachos, aunque esas cosas, con el tiempo, también se afinan de 

tal modo con nosotros, que en el futuro podemos incorporarlas 

al área de nuestra conciencia espiritual.

De este modo, no somos nosotros los que construimos “per-

sonalmente” nuestro cuerpo físico, es la Ley de la Evolución que 

durante milenios encarga cariñosamente de formarlo para nues-

tro uso provisorio. No llegamos siquiera a crear los minerales 

que componen nuestras uñas, las vitaminas para nuestra nutri-

ción, los líquidos para las corrientes sanguíneas y linfáticas; hasta 

tomamos el magnetismo solar y la radiación lunar para activar 

nuestro sistema vital para relaciones energéticas con el medio. 

De ese modo, muchas y graves reflexiones se imponen a nuestras 

responsabilidades antes que a nuestra satisfacción de pretender 

interferir a la Ley y practicar la eutanasia, decidiendo sobre la 

vida corporal del prójimo o sobre nuestro propio cuerpo agotado.

237