Ramatís
Pregunta: ¿Queréis decir entonces que en forma indepen-
diente de nuestra ayuda el enfermo puede salvarse si eso fuera
determinado por lo Alto?
Atariagildo: Si el moribundo debe continuar su existencia
terrena y el susto de la muerte le debe servir de lección para
que abandone ciertos desarreglos que ha cometido en el mundo
material, no tengáis la menor duda que ha de salvarse aunque
medie solamente en su cura un modesto té de manzanilla. Si
realmente hubiera llegado el momento de abandonar su ves-
tuario de carne en el campo de la experimentación de la Tierra,
desencarnará, aunque lo transforméis en un colador a causa de
las inyecciones aplicadas o que le suministréis sueros o trans-
fusiones de sangre ajena. Aunque lo coloquéis en una carpa de
oxígeno o le hagáis ingerir píldoras de vitaminas concentradas,
si le hubiere llegado la hora kármica, dejará de respirar en con-
tra la vuestra fe y la esperanza depositada en la Providencia
Divina. Eso sucede porque la Providencia Divina durante largos
milenios disciplina y controla la conciencia del ser por la Ley
Kármica, que nunca puede ser subestimada o perturbada.
Sólo después de finalizado el trabajo de los espíritus desen-
carnadores —que el mundo terreno simboliza en la figura de la
temida “Parca” que corta el hilo de la vida— es cuando recién
os acordáis de la Providencia Divina y decís: “Dios así lo quiso”.
La Ley del Karma no toma conocimiento de los pedidos y ape-
gos que contrarían el programa establecido antes de encarnar.
Sólo aquellos que huyen de la vida por la puerta del suicidio o
son expulsados de la carne debido a los excesos pantagruélicos
y abuso de las sensaciones inferiores, ingresan nuevamente en el
astral antes del tiempo marcado por el servicio espiritual, cau-
sando sorpresas y preocupaciones a parientes desencarnados.
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