Ramatís
encarnaciones, son obligados a tomar parte en vuestra propia
parentela consanguínea y han cultivado mutuamente el lloro y
el sufrimiento angustioso, debido a la paradoja de una muerte
que es inmortal.
Pregunta: En nuestro estado actual de comprensión espiri-
tual la muerte significa para nosotros un acontecimiento tétrico
y desesperante por no saber qué destino tendrán nuestros seres
queridos que parten desde aquí, siendo muy justo entonces que
nos desesperemos. ¿Nuestras dudas y angustias no serán pro-
ductos naturales de nuestra evolución, aún precaria?
Atanagildo: Si; pues en los planteos más avanzados la muer-
te corporal de sus familiares se considera un acontecimiento fe-
liz, mucho más que el nacimiento de un hijo o de un nieto. Eso
es así porque el alma que encarna tiene que afrontar la grave
responsabilidad de su rectificación espiritual, sin que ninguno le
pueda predecir con seguridad de qué modo ha de comportarse
en la nueva y severa experimentación física. ¡Cantas veces el
bebé querido, que sonríe en la cuna material, no pasa de ser el
envoltorio disfrazado de Nerón, Torquemada o Calígula! Quién
podrá negar que en el cuerpo tierno y rosado, que llena el hogar
de nuevas alegrías, se pueda encontrar el alma perjura del pasa-
do o vuestro verdugo implacable que en el pasado os destruyó
la ventura humana.
¿Cuáles son los padres que podrán confiar, sin recelos, que
después del crecimiento del organismo tierno y adorado de su
criaturita querida le retribuirá el cariño y los cuidados que le
fueron dispensados, como un tributo sagrado del hijo amoroso
hacia sus progenitores que tanto se sacrificaron por él? ¿Quién
podrá adivinar, al comienzo, que en una cuna llena de encajes
reposa una entidad degenerada, cruel o prostituta, en lugar del
espíritu angelical tan deseado para formar parte del hogar?
Mientras tanto, en la hora de la desencarnación, aunque se
despida al amigo y deje inconsolable amargura en los corazones
afectivos, tuvisteis la oportunidad de conocer su carácter y va-
lorar los frutos de su existencia terrena, porque retorna después
de una tarea buena o mala, pero terminada. Lo más sensato,
en realidad, es no llorar ante el ente querido que parte, pero sí
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