Ramatís

criatura copia a la figura del molusco, recogido de miedo en su 

concha, pues no quiere abandonar su cuerpo en estado precario 

de vida, mientras se impermeabiliza a las vibraciones de la vida 

superior y deja de ayudar a aquellos que deben desatarle los 

lazos que la atan a la materia. Cuando reconoce que ha sonado 

la última hora de su vida física, en vez de afirmar la mente hacia 

la invitación liberadora del espíritu, prefiere atender al apego 

incisivo del instinto animal, que lucha encarnizadamente para 

impedir que la centella espiritual le huya de la acción opresiva 

y dominadora.

Pregunta: ¿Cómo debemos entender esa opresión ejercida 

por los parientes del moribundo en la hora de la desencarna-

ción, obligándolo a luchar contra la muerte del cuerpo?

Atanagildo: La aflicción, la desesperación y al desconformi-

dad de la familia y amigos que rodean al agonizante producen 

filamentos de magnetismo denso que imanta al espíritu desen-

carnante a su cuerpo material como si fuesen gruesas cuerdas 

vivas que sostienen al alma en agonía. Conforme lo podréis 

comprobar por la extensa literatura, hay casos en que los espí-

ritus asistentes de los desencarnantes procuran neutralizar esos 

efectos perniciosos echando mano a la estratagema de restau-

rarle las fuerzas magnéticas del agonizante y haciendo que su 

organismo obtenga visible recuperación de vida. Ante la mejo-

ría rápida —que es muy común en los fenómenos de agonía— 

se calman los temores de los familiares y cesa la angustia que 

retenía al espíritu en el cuerpo carnal; se ablandan o debilitan 

entonces los hilos magnéticos que imantan al moribundo a la 

carne, porque la mente de los presentes también deja de pro-

ducir esas fuerzas magnéticas negativas y opresoras que son el 

resultado de la gran ignorancia espiritual de los encarnados con 

respecto al fenómeno de la muerte corporal y de la inmortalidad 

del espíritu. Esa rápida convalecencia en la hora de la agonía, 

muy comentada en la Tierra, es la que dio lugar al viejo refrán: 

“mejoría del moribundo, visita de la muerte”.

Pregunta: ¿No es justo que los amigos y parientes del enfer-

mo se angustien ante la partida definitiva de aquel que les era 

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