Ramatís

por ignorar profundamente la realidad de su inmortalidad. 

Inestable en sus emociones e inseguro en sus amistades, oscila 

entre dos extremos peligrosos; a veces se deja dominar por la 

emotividad dramática e irreflexiva, adornando estatuas, enga-

lanando calles, plazas y edificios, a fin de recibir la visita de un 

gobernante o un diplomático vecino, para poner en evidencia su 

aprecio, meses más tarde nada le cuesta romper las relaciones, 

resultando que esos agrados se transforman en balas de cañón 

obombas incendiarias.

En tiempo de guerra esas contradicciones se hacen más evi-

dentes; en un país, un grupo de hombres exigentes, con unifor-

mes engalanados, seleccionan rigurosamente a otros hombres 

para que sean absolutamente sanos, haciéndolos entrenar con 

bayonetas y armas modernas, para después lanzarlos contra 

otros hombres que también fueron seleccionados entre los más 

sanos v perfectos de su patria. Días más tarde, otros hombres, 

vistiendo guardapolvos blancos con olor a formol y munidos de 

instrumentos quirúrgicos, luchan desesperadamente para sal-

var a los sanos que se destrozaron en la primera refriega beli-

cosa que tuvieron. En este caso, la contradicción v la ironía del 

mundo son chocantes, pues mientras el poder militar del mundo 

escoge exclusivamente a los hombres sanos para arrojarlos a los 

mataderos de las guerras fratricidas, la ciencia, en un esfuerzo 

heroico, moviliza a otros hombres para salvar de la muerte a los 

mismos individuos que eran perfectos.

¿De qué valen, pues, las condecoraciones, las insignias, la 

posición, el título académico o la petulancia sobresaliente de 

vuestro mundo? Nosotros preferimos quedarnos con el sencillo 

y suave reino pregonado por el amigo Nazareno, en donde la 

obtención de las condecoraciones valiosas y la selección de los 

soldados del amor depende del oro puro que hay en el corazón 

magnánimo.

Felizmente, la muerte del cuerpo se encarga de terminar 

definitivamente con las etiquetas y los protocolos del mundo 

material, porque arranca a sus portadores los títulos honoríficos 

y los privilegios efímeros, para sólo permitirles el último home-

naje de las coronas de flores y las condecoraciones de cintas 

violetas, que forman el tributo social que aún pueden ofrecerle 

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