La Vida Más Allá de la Sepultura 

de colores en los pechos sobresalientes! Todas esas cosas, que 

nosotros cultivamos tan reverentemente en el mundo carnal, al 

recordarlas, nos despiertan el sentido del humor, pues nosotros 

aseguramos que mientras los hombres se reverencian y endio-

san en el cuerpo perecible olvidan que el verdadero tributo es el 

entendimiento en la intimidad del espíritu eterno.

Pregunta: Esos atributos de gratitud y homenaje sirven de 

estímulo y logran mantener una ética elevada entre los hom-

bres. ¿No lo creéis así?

Atanagildo: Ahí en la Tierra, para “los de ese lado de la 

pala” se levanta una estatua, se ofrece un ramillete de flores, 

se entrega una meritoria distinción o se organiza un ruidoso 

banquete, regado con champaña y whisky, carísimo y, a su vez, 

protocolar-mente se devoran los restos cadavéricos de los ino-

centes animales. Y esa reunión solemne, sujeta a reglas sociales, 

cuántas veces pierde su aplomo tradicional; es suficiente un pe-

queño descuido en la bebida tomada en alta rueda para que los 

comensales hidalgos terminen volviendo a sus hogares con la 

camisa arrugada y el frac manchado, mientras que la lapicera 

usada para firmar queda impregnada con el desagradable olor 

a vinagre y cebolla. Cuando no, el rigor exigido en el primer 

momento, tan tradicional en las reuniones de alta estirpe social, 

se rompe en forma humillante cuando el mayordomo, somno-

liento, es obligado a violentar el protocolo y toma por el cuello 

del frac al elegante borracho, para arrojarlo a la calle.

Pregunta: Esas contradicciones sociales, ¿no serán causa 

de otros errores espirituales?

Atanagildo: Ellas provienen del excesivo artificialísimo en 

las relaciones de la criatura humana y se fundamenta en las 

contradicciones existentes en lo íntimo del espíritu artificiali-

zado, pues cuando el santo y el sabio son simples, tiernos y 

desapegados a los blasones o costumbres protocolares, el hom-

bre común es ceremonioso, exigente y lleno de preconceptos 

inapropiados.

El ciudadano terreno, comúnmente, es una pobre víctima 

de sus propias contradicciones, ya sean sociales o espirituales, 

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