Ramatís

queremos preguntarnos: ¿Por qué motivo decís hermano Ra-

matís y no “Sri Swami Rama-tys”, que sabemos es la costumbre 

con que se designa o se le distingue en la jerarquía a que per-

tenece?

Atanagildo: El tratamiento de “Sri” se relaciona más con el 

ambiente hindú, cuando se procura distinguir al “gurú” o sea al 

guía que es capaz de conducir al discípulo a la realización de su 

ideal espiritual; en cuanto al vocablo “swami”, en realidad, está 

relacionado con la conocida “Orden de los Swamis”; son un tipo 

de monjes que hacen voto de pobreza, castidad y obediencia in-

condicional. En la India, cuando se desea atribuir un trato más 

respetuoso y afectivo al Swami, es muy común agregarle a ese 

nombre el sufijo “ji”, de donde nace la designación “swamiji”. 

En realidad, se trata de designaciones que tienen relación terre-

na, pues en el mundo de los espíritus, consciente de la realidad 

espiritual, como Ramatís, acostumbran a desinteresarse de esos 

conceptos después de la desencarnación.

Vuestras preocupaciones con tales tratamientos en el mun-

do astral ocurren por el gran valor que atribuís a las consa-

graciones humanas, pues nuestros nombres o títulos consagra-

dos en Tierra, en el mundo de los espíritus son etiquetas sin 

importancia, dado que valemos por nuestro contenido moral e 

integridad espiritual. Nosotros nos despreocupamos por la sig-

nificación de los títulos nobiliarios, referencias lisonjeras, defe-

rencias académicas, distinciones jerárquicas militares, sociales 

oreligiosas. ¿Cuál es entonces nuestro verdadero nombre espiri-

tual? ¡En las “fichas kármicas”, bajo el control del Arcángel que 

dio comienzo al despertar de nuestra conciencia individual, sólo 

somos un minúsculo número sideral!

Nos distinguimos por una vibración madre y original, que 

permanece inalterable y fundamenta la incesante transforma-

ción de nuestro carácter y conciencia en constante progreso. La 

decepción es muy grande aquí para los desencarnados que se 

aferran con uñas y dientes a las trincheras terrenas y huma-

nas. ¡Delante de la realidad espiritual eterna que se vislumbra 

para nosotros, estamos obligados a subestimar los recuerdos 

y las ceremonias infantiles con que los hombres se regocijan 

en la Tierra cuando colocan pedazos de hierro pulido y cintas 

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