Ramatís

yeron, para alcanzar esa liberación espiritual y ese júbilo que 

gozáis ahora en el Más Allá?

Atanagildo: En mi última encarnación, emprendí hercúleos 

esfuerzos para liberarme definitivamente de las fórmulas, vicios, 

prejuicios y convenciones, que no sólo oprimen y dramatizan 

la vida humana, sino, que encadenan al espíritu después de la 

desencarnación.

Cuando me desembaracé del cuerpo físico, fui atraído hacia 

el ambiente vibratorio en que vivo actualmente, en donde pasé 

a manifestar con plenitud natural, los sentimientos que ya cul-

tivaba cuando era encarnado.

Atravesé la vida física atento y despierto, muy interesado 

en emprender la tarea de liberarme de la forma terrena y eli-

minar los placeres mediocres de las sensaciones provisorias de 

la carne. Es evidente, que para liberarnos de la esclavitud del 

mundo ilusorio de la materia, no basta que la criatura se aísle 

en un falso puritanismo o se transforme en un monje de cual-

quier ermita secular; en realidad, se puede vivir en la plenitud 

de la existencia humana y participar de todas las luchas y su-

frimientos ajenos, viviendo entre los ambiciosos, los egoístas y 

avaros, pero sin igualarse a ellos. Es participar en la batalla, 

pero “no ser guerrero”, como enseñan los aforismos orientales; 

es vivir tanto como viven los otros, pero sin competir, sin desear 

y sin esclavizarse en las seducciones de la forma.

Es tener vida espontánea, por amor a la obra; es hacer do-

nación incesante de su propia luz, para dar lugar a la mayor 

cuota de Luz Eterna del Creador.

Pregunta: ¿Y cómo os sentís actualmente, cuando compa-

ráis vuestro cuerpo actual, al cuerpo material que dejasteis en 

la tumba terrestre?

Atanagildo: Cuando estaba encarnado, poseía 65 kilos de 

carne, nervios y huesos transportados por las calles bulliciosas 

de la capital paulista, fardo ése, que constituía mi cuerpo físico, 

siempre lleno de exigencias y vulnerabilidades con el medio. 

Casi todos los días urgía higienizarlo y vestirlo, proveyéndo-

le el alimento necesario, que siempre consumía con visible sa-

tisfacción animal, y deseando siempre alguna cosa mejor... Es 

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