Ramatís

Y no es raro, que el fenómeno se invierta, cuando hom-

bres y mujeres que durante el día se divertían con los “dichos” 

maliciosos, anécdotas irreverentes, conceptos crueles y pensa-

mientos equivocados y mordaces contra el prójimo, se reúnen 

por la noche, en “concentración especial”, estableciendo el in-

tercambio mediúmnico con nosotros. Bajo la implacable aguja 

del reloj, nos escuchan durante una hora, con los ojos cerrados, 

con profundo aire de sensatez y reverencia, con sus cabezas in-

clinadas, mientras que el pensamiento se eleva rápidamente, a 

fin de lograr un ambiente severo y respetuoso, con un puñado 

de vibraciones contradictorias... Los hombres ignoran, que de 

ningún modo podrán elevar su pensamiento a última hora, si lo 

tuvieran maniatado durante el día en las cosas triviales y en los 

objetivos avaros e innobles del mundo; del mismo modo, no sa-

ben que los rostros lúgubres y cerrados, durante algunos minu-

tos de espasmódica concentración, no podrán compensar nunca 

la irreverencia con las leyes de Dios, practicadas durante el día.

Pregunta: ¿Cuáles son vuestras sensaciones como desen-

carnado, comparándolas con las emociones que teníais en el 

mundo físico?

Atanagildo: Queréis saber cómo me siento, en este momen-

to, en relación con lo que sentía en el mundo que habitáis vo-

sotros, ¿no es así? Bien, en este momento, en que el médium 

traduce mi pensamiento en forma de letras, no me considero 

un fantasma configurado de blanco, ni me apercibo de las tra-

dicionales y pesadas cadenas, amarradas a mis pies, como las 

de los citados fantasmas londinenses, que aún tienen el pésimo 

hábito de arrastrar por los salones de los castillos medievales de 

Inglaterra. Me ausculto con atención y valor, me palpo, ¿y qué 

siento? Me siento más vivo, más sutilizado en mis pensamientos 

y completamente desahogado de mis aflicciones físicas.

Compruebo, que si me aplico el coeficiente de ternura, de 

alegría, de paz y de espontaneidad que poseía en la Tierra, me 

alejo del pésimo sistema de hipocresía humana y me despreocu-

po de la opinión pública a mi respecto. Os aseguro, que ese goce 

inefable, que a veces me arrebata el alma como en un “éxtasis” 

es parecido al tradicional “samadhi” de los místicos hindúes y es 

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