La Vida Más Allá de la Sepultura
atractivos o pasamos por vicisitudes dolorosas, conforme a la
buena o mala aplicación que en la Tierra habíamos dado a los
dones de la vida espiritual. Por eso, aún somos criaturas que
alentamos sueños o sufrimos decepciones, encontramos alegrías
ocosechamos tristezas, de un modo profundamente humano y
lejos de los extremismos o de las opiniones que comúnmente
se formulan, sobre aquellos que “murieron”. Además, entre los
mismos espiritas —que tienen una idea más sensata a nuestro
respecto— existen los que nos reciben compungidamente en sus
sesiones, entre suspiros y temores, convencidos que bajamos
de los “páramos celestiales” o como dicen, a los “pies de Dios”,
mientras que nos cubren de continuas “gracias”.
Los más pesimistas, nos consideran terriblemente sensatos
y severos, seguros de que sólo nos preocupamos en excomulgar
el pecado de los hombres y deseamos toda suerte de castigos
para la Tierra diabólica, a pesar de haber sido creada por Dios.
Pregunta: Tenemos la impresión que la muerte del cuerpo
físico elimina en las almas, el gusto por las diversiones y el hu-
morismo, tan comunes en la Tierra. ¿No es verdad?
Atanagildo: Creo que la convicción de la inmortalidad del
espíritu y la seguridad para el futuro, es una bendecida opor-
tunidad para la recuperación espiritual y hasta las almas más
degradadas, podrían regocijarse delante de las mayores vicisi-
tudes de la vida. Mientras tanto muchos espiritualistas y hasta
espiritas convencidos de la inmortalidad del alma, viven en el
mundo con la fisonomía ceñuda y aire solemne, esparciendo
alrededor suyo injustificable y enfermizo pesimismo.
Esos seres nos imaginan como espíritus desposeídos de la
gracia común y natural hacia la vida placentera, en la creen-
cia, que por el hecho de haber perdido el esqueleto, nos hemos
transformado en sabios o santos sentenciosos, cuyas dignas in-
clinaciones requieren un ambiente de seriedad. Mientras tanto,
¿qué somos nosotros los desencarnados? Apenas almas recién
llegadas de la Tierra, que aún conservan los últimos reflejos de
sus vidas atribuladas, entremezcladas de tristezas y alegrías,
bajeza y sublimidad, locura y sensatez, irascibilidad y ternura,
pecado y santidad, inteligencia e ignorancia.
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