La Vida Más Allá de la Sepultura
inventariar las razas de acuerdo a costumbres y tradiciones,
como tampoco dedicaba mayor atención a las criaturas oriun-
das de las naciones privilegiadas, ni subestimaba aquellos que
provenían de razas inferiores. Consideraba a todos como espíri-
tus que intentaban encontrar la misma ventura que yo también
me propusiera. Una gran tolerancia sentía hacia aquellos que
aún se dejaban dominar por la avaricia, la ambición, el celo o la
envidia, o aquellos que se afligían por tener oropeles y privile-
gios de un mundo transitorio. Los comparaba, a veces, con esos
niños que suelen pelear por un juguete o que se angustian por
tener un caballito de madera...
Aun delante del proceder de Anastasio, que fue mi acreedor
hostil en el pasado, me esforcé para no ser dominado por la ex-
presión dramática y humillante del acontecimiento; a veces, lo
veía apartarse de mí y en otras ocasiones me hacía frente públi-
camente, manifestando ampliamente su odio, pero mi corazón,
en un aire de censura traviesa, me decía que debía reconocer en
aquel hombre, no al adversario indeseable, pero sí, al hermano
en espíritu, que sólo estaba pisando su propia felicidad.
Pregunta: ¿Quiere decir entonces, que vuestro ingreso en la
comunidad del Gran Corazón dependió del modo como encara-
bais las razas y nacionalidades terrenas?
Atanagildo: Siempre consideré a la Tierra como un amplío
hogar en donde el habitante de cada país es un pariente pró-
ximo, mantenido por el presupuesto del Creador, motivo por
el cual, quería bien a todas las criaturas que ella cobijaba. Las
patrias, las familias y los hogares de todos los hombres, los con-
sideraba como una prolongación de mi hogar, como si yo viviese
al mismo tiempo en varios climas sentimentales, compartiendo
los sueños de todas las razas.
Ha de llegar el tiempo en que esa gran familia espiritual
terrena, cuyos miembros se encuentran dispersos por los más
variados climas geográficos del planeta, se congregarán en un
solo núcleo de trabajo y alegría, para usufructuar así, la Paz
inmortal, que vive distanciada de los condenables sentimientos,
muy comunes entre los hombres separativistas. Ese sentimiento
de fraternidad que yo mantenía con todos los seres, sin diferen-
195