Ramatís

Las colonias y metrópolis astrales que se interesan por 

los objetivos superiores, aunque sean formadas e influenciadas 

por las tradiciones de la patria y de la raza terrena, se armo-

nizan permanentemente para el servicio del Bien y en procura 

de la Felicidad. Bajo tal aspecto, el nacionalismo cultivado en 

la Tierra se vuelve un sentimiento sin importancia en el Más 

Allá, {jorque los intereses espirituales, que en definitiva ligan a 

todos os espíritus a su comunidad, sobrepujan en importancia 

los conceptos anticuados de la patria terrena. Es obvio, que un 

hindú, un brasileño, un ruso, un árabe o un africano que posea 

sus credenciales de bondad y tolerancia, vale mucho más en 

jerarquía espiritual superior, que en su capacidad intelectual o 

prestigio acreditado en el país donde desencarnó.

Pregunta: ¿Si en vuestra última encamación fuisteis brasi-

leño y ahora os encontráis en una metrópoli habitada principal-

mente por brasileños, no os sirve de incentivo para que tengáis 

aún viva, vuestra última nacionalidad?

Atanagildo: Os aseguro que no, por una razón muy simple; 

cuando yo estaba encarnado en Brasil, cultivaba sentimientos 

universalistas, pues en virtud de mis estudios y meditaciones 

espirituales, estaba capacitado para saber por qué vivía y para 

qué vivía en la Tierra y que además, esto resultaba un simple 

accidente en la vida del espíritu, sin fuerza para perjudicar su 

identidad universal. La Tierra significaba, para mí, una admi-

rable sastrería, con el grave encargo de atender la necesidad de 

los trajes carnales, que solicitaban los espíritus interesados para 

peregrinar por la materia. No me interesaba el discutir los moti-

vos de esas encarnaciones en ése u otro país, si bien me parecía 

que algunos espíritus bajaban por mero turismo, atraídos por el 

paisaje físico, mientras que otros atendían a su necesidad urgen-

te de cura purgatorial, lavándose en el tanque de las lágrimas y 

enjugándose en la toalla del sufrimiento.

Detrás de todas las fisonomías, tipos carnales y personali-

dades humanas, siempre identificaba al espíritu inmortal den-

tro de su vestuario de huesos, nervios y músculos. Para mí, era 

siempre un compañero eterno, era la ventana carnal, por la cual 

apreciaba los problemas del mundo terreno. No me preocupaba 

194