La Vida Más Allá de la Sepultura 

ministración pública o en el seno de las iglesias religiosas, más 

tarde ?e asemejan a viejos museos ambulantes, llenos de joyas 

carísimas, cubiertos de mantos lujosos, moviéndose con exage-

rada pomposidad por los palacios seculares o por los templos 

suntuosos, semejándose a autómatas que se exhiben en vidrie-

ras de modas.

Pregunta: ¿Después que esos espíritus ingresan en el mun-

do Astral no pueden reajustarse a la realidad del medio y desli-

garse de las tradiciones, que sólo se justifican como obligaciones 

comunes a las responsabilidades oficiales de la Tierra?

Atanagildo: Sabéis muy bien, que la Tierra no deja de ser un 

mundo en constante progreso, que alcanza a todas sus órbitas 

de acción y trabajo y de esa manera, también podrían despertar 

a esas criaturas. Sin embargo, no dejan de ser almas delibera-

damente conservadoras y estratificadas a los atavismos tontos 

tradicionales; viven totalmente encadenadas a atavismos tontos 

y a preconceptos envejecidos, porque su índole psicológica les 

impone esa resistencia decidida contra el dinamismo común de 

la vida. Entre ellos, se encuentran aquellos que cruzan las cal-

les de las capitales modernas con vestimentas excesivamente 

lujosas, como también los que agotan las reservas de los cofres 

públicos, haciéndose transportar en vehículos arrastrados por 

fogosos corceles, con vistosos cocheros trajeados, sin notar que 

esas costumbres tienen un sello característico secular. Mientras 

esas criaturas reproducen las viejas costumbres del pasado, en 

las mismas calles se mueven y circulan velozmente automóviles 

fabricados aerodinámicamente, cuyos conductores en manga de 

camisa gozan de las delicias del Sol benefactor o las mujeres 

cuyos vestidos son una invitación primaveral del siglo XX.

Mientras millares de criaturas de vuestro mundo se entre-

gan al dinamismo avanzado de la vida humana, dominadas por 

el júbilo, apegadas a las risas felices y despojadas de las con-

venciones inteligentes, otras, se esclavizan con el orgullo de los 

blasones, de las condecoraciones y aparatosidades sofocantes, 

como si fueran viejos actores de la tragedia shakespeareana. 

Esas criaturas, no viven, vegetan bajo una fuerte disciplina pro-

tocolar hasta su último suspiro, cuando la muerte del cuerpo los 

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