Ramatís

aquellos que se interesasen por el sentido universalista y edu-

cativo, respetando el fondo espiritual de todas las religiones y 

doctrinas sectaristas, aunque muchas veces, no podía sustraer-

me a la necesidad de aclarar mis principios a los religiosos aún 

encadenados a su dogma. Me esforzaba por derrumbar la ex-

tensa maleza religiosa creada por la ignorancia humana, sin que 

tuviera necesidad de disgustar a sus fieles adeptos. No me preo-

cupaba en saber quiénes eran mejores, si el pastor protestante, 

el sacerdote católico, el adoctrinador espirita o el instructor eso-

térico o teosofista, reconocía en todos el esfuerzo que realizaban 

para enseñar a la humanidad, el camino hacia Dios.

Sin duda alguna, no podía olvidar de traer al mundo mis 

nuevos propósitos, ni aquello que me beneficiara tanto con la 

paz y la comprensión íntima, por cuyo motivo pregonaba la Ley 

de la Reencarnación y la Lev del Karma de un modo positivo e 

insistente, transmitiendo al hombre moderno, nuevos concentos 

eme aclaraban y valorizaban la Bondad, el Amor y la Sabiduría 

de Dios. Tampoco alentaba la ingenua ilusión de salvarme espi-

ritualmente, por el solo hecho de manosear compendios de alta 

enseñanza espiritualista, en forma de conocimientos esotéricos, 

teosofistas, espiritistas, rosacruces, etc., pues, consideraba todo 

aquello como si fueran linternas que sólo podían auxiliarme en 

el encuentro conmigo mismo.

Antes que nada, me preocupaba el estado de armonía es-

piritual que tenía para todos mis hermanos, sin hacerlo direc-

tamente por sus doctrinas. Nunca tuve pretensiones o vocación 

para “salvar” a profesantes de credos, sectas o religiones, como 

nunca me importó defender principios religiosos entre adver-

sarios, en la tonta vanidad de querer demostrar mayor conoci-

miento por la verdad. Tenía la firme convicción, que al discutir 

con el hermano de otra creencia, lo disgustaría, cosa que me 

parecía bastante anti-evangélica y que por otro lado, podía ser 

derrotado ante mi poca capacidad para exponer mis argumen-

taciones en defensa de mi sistema religioso simpático y hacer el 

papel de ridículo.

Entendía y entiendo, que “sólo el amor salva al hombre” y 

no los credos o filosofías, por geniales que éstas sean. Aunque 

era insaciable en el conocimiento y fuerte para buscar nuevos 

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