La Vida Más Allá de la Sepultura 

Poseía un gran entrenamiento psicológico en el contacto 

humano y terminé con paciencia la deuda kármica que tenía 

con mi último adversario del pasado. Aquello que yo podría 

avalar y concluir durante la realización de mi entierro corporal, 

lo había conseguido mucho antes de desencarnar.

Pregunta: Aún creemos, que sería bueno saber algo del te-

nor de vida terrena, que os proporcionó algunos beneficios en el 

Más Allá, por eso, nos agradaría que nos dieseis una idea sobre 

vuestros propósitos generales cultivados en la Tierra. ¿No sere-

mos indiscretos o descorteses con el hermano?

Atanagildo: Yo sólo soy una centella espiritual, cuya vida 

está íntimamente ligada a vuestros destinos; en consecuencia, 

no hay descortesía al pedirme que relate aquello que es de mu-

tuo interés y que puede servir de aprendizaje educativo. Desde 

muy joven fui bastante devoto a la filosofía ocultista y profun-

damente interesado en saber el origen y el destino del alma, por 

cuyo motivo comparaba con bastante frecuencia, todas las en-

señanzas oriundas de la tradición mística hindú o de los viejos 

conocimientos egipcios. Cuando fui recibiendo un poco de luz 

espiritual, comencé a vigilar todos mis pensamientos y a contro-

lar mis juicios sobre los ajenos, así como el domador vigila a las 

fieras que pretende domesticar.

Me esforcé muchísimo para destruir el germen dañino de la 

maledicencia, tan común en las relaciones humanas, que consti-

tuye un hábito tan malo y disfrazado, y se apodera de nosotros, 

aún inconscientemente. Aunque tuviese razones suficientes para 

juzgar a alguien, prefería dejar de lado el asunto, para, no emi-

tir pareceres antifraternos; vivía despreocupado de las historias 

pecaminosas y apartado del comentario sobre las imperfeccio-

nes ajenas. Solía apartarme de las anécdotas indecentes evitan-

do rebajar el lenguaje, el pensamiento hacia nuestra compañera 

de existencia, que es la mujer, a la que tuve sumo cuidado de 

tratar con elevado respeto, viendo en ella, a la hija, la hermana, 

la esposa o a la Madre. Ese respeto lo extendía también, a las 

infelices hermanas que ambulaban en medio de las torpezas de 

la prostitución de la carne.

Era particularmente simpático y entusiasta con todos 

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