Ramatís

Pregunta: ¿Podría suponerse que fuisteis más beneficiado 

por vuestros estudios y contactos con los espiritualistas, que 

con vuestra familia? En el pasado, vuestra familia soportó po-

brezas, ¿no sería esa la causa que les impidió conquistar mayo-

res conocimientos espirituales?

Atanagildo: Vosotros sabéis muy bien, que los mejores ce-

rebros de vuestro mundo, salieron de la conmovedora pobre-

za y algunos, paradojalmente, sobrevivieron en el seno de las 

enfermedades más dañinas. Hace milenios que en la Tierra, el 

principal motivo del sufrimiento, reside en la gran ignorancia 

espiritual y lo que menos hace la humanidad, es procurar tan 

apreciado conocimiento. Los siglos se acumulan constantemen-

te y los hombres continúan repitiendo las cosas que hace siglos 

hicieron, prefieren expoliar en nuevas pruebas carnales, por la 

ociosidad de pensar y la indiferencia que prestan al saber. En su 

mayor parte, las almas terrenas suben y bajan constantemente 

en el mismo grado de evolución a través de innumerables encar-

naciones, alternándose con el lloro sobre los ataúdes cubiertos 

de flores y suspiros temerosos, delante de las bóvedas marmó-

reas o las cuevas desheredadas.

Pregunta: ¿Queréis decir que hay un acentuado desinterés 

por parte de la humanidad con respecto a su felicidad espiri-

tual?

Atanagildo: Sí, hay un desinterés por la propia ventura es-

piritual y no falta la oportunidad de educarse, porque los mis-

mos teosóficos, espiritas y esoteristas en su mayoría, raramente 

han leído más de una decena de libros educativos. ¿Qué puede 

decirse entonces, de aquellos que marchan asfixiados dentro 

del rebaño humano, rozados por los hombres que dicen ser re-

presentantes e instructores religiosos y pregonan la más tonta 

fantasía, como la del pecado de Adán y Eva? Las almas que 

ya pueden mirar por encima de sus realizaciones espirituales y 

abarcar el largo camino recorrido por los pies ensangrentados, 

se sienten invadidas de gran tristeza al comprobar lo lenta que 

asciende esa gran multitud humana, que se mueve tan prejui-

ciosamente por los caminos espinosos de la vida física.

Cualquier alma valerosa, que se destaque entre esa multi-

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