Ramatís

do de vida que habían llevado en la Tierra. Por eso, el humano 

acostumbra a pensar sobre la muerte, como si ésta no existie-

ra. Consideran como insensibles v sádicos a todos aquellos que 

consideran a la muerte como una cosa rutinaria y normal. Sin 

embargo, por pensar en esa forma no será eliminada de vuestros 

destinos, porque vuestros días también están contados. El ser 

humano no debe copiar la estulticia del avestruz, que delante 

del peligro, cava un pozo y entierra su cabeza, creyendo así, que 

está a salvo del peligro que lo amenaza.

Mientras tanto, hay espíritus de tan buen humor, que no 

temen imaginar a su propio funeral y hasta llegan a encarnarlo 

en forma jocosa; también existen aquellos que ironizan el con-

vencionalismo de las flores que transforman el cortejo fúnebre 

en verdaderos jardines colgantes, haciendo revolotear al viento 

las cintas de color violeta, cual verdadero y “último adiós”.

Lo que os parece un acontecimiento tétrico y que en la vida 

material provoca ríos de lágrimas compungidas, es una benéfica 

liberación de aquel que cumplió en la Tierra el programa tra-

zado antes del último renacimiento carnal... ¿Preguntadle a la 

libélula, si se satura con la luz del Sol y el aroma de las flores, si 

le parece feo liberarse del desagradable y esclavizante capullo? 

Vosotros teméis esa transformación, vivís aterrorizados  delante 

de la muerte corporal, lucháis para que se ignore esa probabili-

dad en el seno de vuestra familia y sin embargo, os parece muy 

natural que le suceda a los seres ajenos a vuestra familia.

Entre los encarnados, la muerte se considera como una 

cosa muy lejana, porque se la teme y de ese modo contribuís a 

que no se resuelva este problema, que en su exacta realidad, os 

llena de angustia y desesperación.

Esa deliberada fuga mental al explicable fenómeno de la 

muerte terrena, no os auxiliará en las primeras horas de vida 

astral, porque el miedo, es el mayor adversario cósmico para los 

que no se preparan para morir.

Pregunta: ¿Volviendo a nuestras indagaciones, debemos 

creer que el sufrimiento de vuestros familiares, fue el resultado 

de un excesivo sentimentalismo?

Atanagildo: No tengo razones para atribuir a mis familiares 

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