Ramatís

cuerpo “inerte”, no revelan siempre el sufrimiento real y sin-

cero, sobre aquéllos predomina la serenidad y el silencio ante 

la separación del ser querido. Cuántas veces, aquellos que se 

desesperan teatralmente, inclinados sobre los cajones de sus 

familiares, no se avergüenzan luego al marcar al finado, con 

censuras graves y despechos maliciosos, habiendo comprobado 

que no fueron beneficiados pródigamente en el reparto codicia-

do de al herencia. Cuántos esposos, que al retirar el cuerpo del 

cónyuge llegan hasta pedir la intervención de un médico o en-

sayan suicidios espectaculares, no soportan el plazo tradicional 

del luto terreno para entregarse rápidamente, con incontenida 

avidez, a una pasión violenta, seguida de un apresurado enlace 

matrimonial.

Durante los días de honra a los “muertos”, los cemente-

rios se vuelven bulliciosos centros de actividades humanas; las 

criaturas que durante el transcurso del año no tuvieron tiempo 

para pensar en sus seres queridos, hacen la tradicional limpieza 

de la tumba, para terminar haciendo un lloriqueo controlado y 

bastante tímido, en la santa ignorancia, que nosotros, los desen-

carnados, no precisamos reverencias sobre nuestros cadáveres 

putrefactos. Existen en vuestro mundo, tanto jardines de flores 

y tantos lugares que invitan a la meditación y a la oración, ¿por 

qué motivo escogéis los lugares en donde se amontonan huesos 

y carnes mal olientes, para homenajear a nuestros espíritus in-

mortales?

¡Cuántos de vosotros nos olvidáis en vuestros pedidos y 

vibraciones amigas y ese día corréis apresurados a festejarnos 

bajo programas compungidos, marcados por el calendario hu-

mano, llenos de llanto y controlados por el cronómetro de oro!...

Evidentemente, que eso no deja de ser un sentimentalis-

mo discordante con la lógica y contrario a los sentimientos del 

alma inmortal. Aquellos que mantuvieron relaciones dignas y 

amistosas con sus familiares, cuando se encontraban encarna-

dos en la Tierra, sin duda que no precisaron llorarlos después de 

“muertos”. Cuando la mayoría proceda así, quedará abolido el 

llanto en la hora fijada para la desencarnación, en los cemente-

rios o en los catafalcos de las iglesias, porque muchas veces, ese 

lloro sólo encubre el remordimiento de las viejas hostilidades 

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