La Vida Más Allá de la Sepultura 

mado por el almacén de aprovisionamiento de la madre Tierra.

Es por eso que los reencarnacionistas —que son conscien-

tes de la realidad espiritual— casi no lloran por los que parten 

hacia este lado, y tampoco temen a la muerte, porque reconocen 

en ella a la intervención amiga que liberará al espíritu, auxi-

liándolo para volver a iniciar un camino nuevo en el verdadero 

mundo, que es el Más Allá. La mayor parte de los religiosos 

dogmáticos y las criaturas descreídas de la inmortalidad del 

alma, se estremecen en la hora del “fallecimiento”; los primeros 

porque temen a la “eternidad” del infierno, pues no están toda-

vía seguros de sus virtudes; los segundos, porque se enfrentan 

con la idea horrorosa de la “nada”. Sin lugar a dudas que para 

esas criaturas la muerte será una cosa lúgubre, indeseable y 

desesperante.

Nuestra parentela física, a medida que va desencarnando, 

prosigue en el Más Allá con las tareas a que todos nosotros es-

tamos ligados para la felicidad en común. Los que parten con 

antecedencia, preparan el ambiente feliz para aquellos que se 

demoran más tiempo en la carne. Delante de esta verdad no hay 

justificación alguna para los desmayos histéricos, los gritos des-

garradores y las clásicas acusaciones escandalosas contra Dios, 

por el solo hecho de llevar a nuestros entes queridos y hacerlos 

pudir en la triste cueva de barro.

He ahí porqué necesitamos hacer despertar en vuestro mun-

do la verdadera idea de la inmortalidad, que es el fundamento 

de nuestra propia estructura espiritual, trabajando para que os 

distanciéis de la ingenua presunción que se ha formado sobre 

la muerte del cuerpo físico y lo necesario de ella para lograr 

sobrevivir en espíritu. Ese espíritu está con vosotros en todo 

momento, en cualquier plano de vida constituye el “plano de 

fondo” de nuestra individualidad y en él se encuentra siempre el 

Magnánimo Padre que nos sustenta siempre toda la eternidad.

Pregunta: ¿Consideráis entonces que nosotros por ser de-

masiado sentimentales nos olvidamos de las cualidades supe-

riores del espíritu? ¿No es verdad?

Atanagildo: Debéis saber, que las manifestaciones de dolor, 

a través de los exagerados gritos y clamores aflictivos sobre el 

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