Ramatís
positiva del mundo que ya palpitaba en mí ser, pues en mi vida
terrena me había liberado de las ilusiones provisorias de la vida
material. Aunque continuase viviendo en el cuerpo carnal, mi
espíritu participaba bastante de la vida astral, porque hacía
mucho tiempo que había desistido en la competencia de los
embates aflictivos del personalismo de la materia, para ser so-
lamente el hermano de buena voluntad al servicio del prójimo.
Tenía cerca de los veintiocho años de edad y vivía solo,
pues mi padre había fallecido a los cuarenta y ocho años, de-
jándome pequeño, en compañía de mi hermana de quince años.
Yo había noviado pocas semanas antes de mi desencarnación y
me dejaba esclavizar por una idea fija, que era la de alcanzar la
felicidad constituyendo un hogar material. Consideraba el ca-
samiento como una grave responsabilidad espiritual y estaba
seguro que en la vida prosaica del hogar doméstico tendría que
poner a prueba mi bajage de afecto o aversiones que pudiera
traer de otras vidas. A medida que nos vamos liberando de los
preconceptos, pasiones y caprichos humanos, también nos de-
sinteresamos por la garantía que ofrece nuestra identidad per-
sonal, a través de las formas en el mundo de la materia. Com-
prendemos entonces que todos los seres son hermanos nuestros
y que el exclusivismo por la familia consanguínea no representa
la realidad sobre la verdadera familia, que es la espiritual. Aun-
que los hombres se diferencien por sus organismos físicos y ra-
zas, todos provienen de una sola esencia original, que los creó y
los hace hermanos entre sí, por más que se quiera contradecir
esta afirmación.
El hogar tanto puede ser oficina de trabajo para las almas
afinadas desde un pasado remoto, como una oportuna escuela
correctiva de caminos espirituales, que se renueva entre adver-
sarios al encontrarse encadenados a través de muchos siglos.
Sin duda alguna, el nido doméstico es la generosa oportunidad
para la procreación digna de nuevos cuerpos físicos, que tanto
auxilia a los espíritus desajustados del Más Allá, afligidos por
conseguir olvidar en el organismo de la carne los remordimien-
tos torturantes de su pasado tenebroso.
Es evidente que cuando hay capacidad en el espíritu para
amor a todos los seres, acobarda la idea fundamental de cons-
126