La Vida Más Allá de la Sepultura 

carne, viviendo solamente en razón de la paz y la ternura que 

fundamenta nuestro ambiente de relación.

Reconozco que no podríais valorar nuestra alegría espiri-

tual, en donde nuestra alma se transforma en un pequeñito sol 

que sustenta los diversos mundículos que crea e influencia con 

su vida, emociones y pensamientos simpáticos.

Pregunta: Tomando por base nuestra vida física, ¿no podéis 

explicarme mejor esa relación entre el alma y los objetos que la 

rodean?

Atanagildo: En la Tierra, comúnmente basáis vuestras ale-

grías y ventura en poseer objetos y cosas útiles, en forma in-

discriminada, cuya adquisición es hábilmente sugerida por la 

propaganda comercial, que muchas veces consigue despertar en 

vosotros deseos e insatisfacciones que de modo alguno sospe-

chabais que existían. Entonces invertís el trabajo real del espí-

ritu, pues en vez de orientar vuestra ventura con la adquisición 

de los valores definitivos, cuida de amontonar objetos materia-

les y cosas atractivas de un mundo provisorio, olvidándoos que 

el diamante más apreciado no consigue superar el valor de la 

Bondad y el Amor que el espíritu inteligente puede despertar 

en su corazón. Creáis falsos deseos de bienestar y os apartáis de 

los altos ideales del espíritu, ante la imperiosa esclavitud a que 

os sometéis con las cosas terrenas. Además sucede que nuestras 

insatisfacciones e inconstancias comunes, cuando estamos en 

la Tierra, no tardan en hacernos quebrar los eslabones de la 

simpatía que manteníamos con nuestros muebles, adornos y ob-

jetos de uso personal, que nos servían agradablemente, porque 

después nos viene el deseo de substituirlos por otras cosas más 

“modernas”. Entonces pasamos la vida terrena en constante in-

satisfacción, porque dedicamos toda la fuerza de nuestra alegría 

y pasión a las cosas a que sólo reaccionan la mediocridad de 

los sentidos físicos y que son impotentes para desarrollar en 

nosotros los valores eternos del alma. Nos dejamos dominar 

por las emociones infantiles de las cosas “nuevas y modernas”, 

olvidando que muy pronto esas cosas también han de volverse 

viejas y antipáticas.

Influye en nosotros la opinión ajena con respecto a los ob-

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